Naves ardiendo más allá de Orión
Tirso de Molina, Sol.... (Gran Vía, Tribunal... que cantaría Sabina, nos adelantamos dos paradas a la canción).
Aún acomodándose en mi cabeza los diálogos de Darín, Mazza y Palacios (inevitable la comparación con Flotats y compañía). Girando las luces y los rostros del resto de viajeros, envolviendo los murmullos la mirada cómplice de Mar (sospecho ha divisado algo, tal vez alguien, de su agrado).
Hace tan sólo diez minutos discutíamos si regresar en metro o arriesgarnos por las calles bajo una incipiente lluvia y nuestros escasos conocimientos de la geografía madrileña. A cara o cruz. Yo siempre cruz. Yo siempre pierdo. Y nos dirigimos a la boca de metro. Se abren las puertas, se vacía el vagón, a estas horas ya viaja poca gente, a punto de cerrar.
"Quizá no seamos héroes pero aun seguimos vivos... y no se quedará inmóvil al borde del camino, y hará futuro su fuerte fragilidad" versionea el cantautor callejero de turno que día tras día sobrevive en ese rincón de la estación cuya voz y guitarra llega hasta nosotros colándose entre la gente que huye hacia las salidas.
Es Mar la que tropieza contigo. Casi ni me doy cuenta. Ensimismada como voy, mirando hacia abajo, mirándome el ombligo, hacia mis pies, hacia mis dedos desnudos con uñas pintadas de color berenjena (seguramente tú dirías púrpura), hacia mis precarias y altísimas sandalias, calculando las probabilidades de acabar con los pies calados.
Levanto la vista al oir la voz de Mar, a la que he dejado atrás, también yo imbuida por la prisa que parece alienta a todos los viajeros al bajarse del metro. Supongo que se dirige a mí y me giro para mirarla. Veo tu espalda y su cara sonriente disculpándose. Tal vez su sonrisa sea excesiva para lo que se supone ha de ser una mera disculpa
Dudo. Un paso hacia atrás, dos hacia delante. Subo un escalón. Vuelvo a dudar mirando de nuevo hacia mis pies al ver como una pareja baja las escaleras cerrando un paraguas chorreante que atestigua que la promesa de lluvia ya es una realidad. Vuelvo a levantar la vista y sigo viendo la pana azul marino con la que vistes tu espalda (fiel a tus costumbres, debería haberte reconocido sólo por eso) y por encima de tu hombro la mirada de Mar que por momentos se desvía de ti cruzándose con la mía. Su mirada sonriente, excesivamente sonriente para brindársela a un desconocido con la que una tropieza sin querer (o eso es de suponer), en la boca de un metro a punto de cerrar; cruzándose con mi mirada interrogante. Su mirada me invita a acercarme, la mía pregunta impaciente. La suya vuelve a centrarse en el desconocido, la mía sigue dudando, dos pasos hacia delante, uno hacia atrás. Bajo un escalón. El cantautor recoge su guitarra y se dirige a la salida. Al pasar a mi lado y divisar la calle hace un comentario del tipo "Joder, como llueve", al que yo apenas respondo esbozando una leve sonrisa. Tras su marcha nos descubrimos solos los tres, vacía como ha quedado la salida de peatones y viajeros. Y es en ese momento cuando vuelvo a dirigir mi mirada hacia Mar, tras ver como la figura del chico se pierde bajo la lluvia hacia la calle Alcalá, cuando por primera vez llegan hasta mí vuestras voces. "Apenas hemos cambiado" dice Mar mientras vuelve a mirarme y reitera su invitación a acercarme con un gesto de su mano, como si con ese gesto me estuviera incluyendo en ese grupo de los que apenas han cambiado. Y en un breve espacio de tiempo, un paso firme hacia delante por mi parte, tu cabeza que gira siguiendo la mano y el gesto de Mar, el descubrimiento de tu mirada sorprendida que se cruza con la mía, aún más sorprendida, que va de tus ojos a los de Mar, que nos mira divertida.
Un cruce de miradas envueltas en humo y Allure, que pasan de la más absoluta de las sorpresas a la incredulidad. Del velado reproche hasta la más clara de las certezas.
Glorieta de Rubén Darío, Juan Bravo, Calle Serrano... ante la embajada americana. Ya ves, otro mundo es posible...
Aún acomodándose en mi cabeza los diálogos de Darín, Mazza y Palacios (inevitable la comparación con Flotats y compañía). Girando las luces y los rostros del resto de viajeros, envolviendo los murmullos la mirada cómplice de Mar (sospecho ha divisado algo, tal vez alguien, de su agrado).
Hace tan sólo diez minutos discutíamos si regresar en metro o arriesgarnos por las calles bajo una incipiente lluvia y nuestros escasos conocimientos de la geografía madrileña. A cara o cruz. Yo siempre cruz. Yo siempre pierdo. Y nos dirigimos a la boca de metro. Se abren las puertas, se vacía el vagón, a estas horas ya viaja poca gente, a punto de cerrar.
"Quizá no seamos héroes pero aun seguimos vivos... y no se quedará inmóvil al borde del camino, y hará futuro su fuerte fragilidad" versionea el cantautor callejero de turno que día tras día sobrevive en ese rincón de la estación cuya voz y guitarra llega hasta nosotros colándose entre la gente que huye hacia las salidas.
Es Mar la que tropieza contigo. Casi ni me doy cuenta. Ensimismada como voy, mirando hacia abajo, mirándome el ombligo, hacia mis pies, hacia mis dedos desnudos con uñas pintadas de color berenjena (seguramente tú dirías púrpura), hacia mis precarias y altísimas sandalias, calculando las probabilidades de acabar con los pies calados.
Levanto la vista al oir la voz de Mar, a la que he dejado atrás, también yo imbuida por la prisa que parece alienta a todos los viajeros al bajarse del metro. Supongo que se dirige a mí y me giro para mirarla. Veo tu espalda y su cara sonriente disculpándose. Tal vez su sonrisa sea excesiva para lo que se supone ha de ser una mera disculpa
Dudo. Un paso hacia atrás, dos hacia delante. Subo un escalón. Vuelvo a dudar mirando de nuevo hacia mis pies al ver como una pareja baja las escaleras cerrando un paraguas chorreante que atestigua que la promesa de lluvia ya es una realidad. Vuelvo a levantar la vista y sigo viendo la pana azul marino con la que vistes tu espalda (fiel a tus costumbres, debería haberte reconocido sólo por eso) y por encima de tu hombro la mirada de Mar que por momentos se desvía de ti cruzándose con la mía. Su mirada sonriente, excesivamente sonriente para brindársela a un desconocido con la que una tropieza sin querer (o eso es de suponer), en la boca de un metro a punto de cerrar; cruzándose con mi mirada interrogante. Su mirada me invita a acercarme, la mía pregunta impaciente. La suya vuelve a centrarse en el desconocido, la mía sigue dudando, dos pasos hacia delante, uno hacia atrás. Bajo un escalón. El cantautor recoge su guitarra y se dirige a la salida. Al pasar a mi lado y divisar la calle hace un comentario del tipo "Joder, como llueve", al que yo apenas respondo esbozando una leve sonrisa. Tras su marcha nos descubrimos solos los tres, vacía como ha quedado la salida de peatones y viajeros. Y es en ese momento cuando vuelvo a dirigir mi mirada hacia Mar, tras ver como la figura del chico se pierde bajo la lluvia hacia la calle Alcalá, cuando por primera vez llegan hasta mí vuestras voces. "Apenas hemos cambiado" dice Mar mientras vuelve a mirarme y reitera su invitación a acercarme con un gesto de su mano, como si con ese gesto me estuviera incluyendo en ese grupo de los que apenas han cambiado. Y en un breve espacio de tiempo, un paso firme hacia delante por mi parte, tu cabeza que gira siguiendo la mano y el gesto de Mar, el descubrimiento de tu mirada sorprendida que se cruza con la mía, aún más sorprendida, que va de tus ojos a los de Mar, que nos mira divertida.
Un cruce de miradas envueltas en humo y Allure, que pasan de la más absoluta de las sorpresas a la incredulidad. Del velado reproche hasta la más clara de las certezas.
Glorieta de Rubén Darío, Juan Bravo, Calle Serrano... ante la embajada americana. Ya ves, otro mundo es posible...
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