domingo, julio 22, 2007

100 películas, 100 escenas, 100 números

Propongo un juego...



En el vídeo anterior se enlazan las escenas de 100 películas distintas. En cada una de ellas se hace referencia a un número comprendido entre el 1 y el 100, y las escenas están ordenadas en orden descendente.

Por ejemplo... la última escena, la que se corresponde al número 1 es muy fácil de identificar o la 77.

Veamos cuánto cinéfilo anda suelto. ¿Les pones título?...

Como si fuera Verlaine


Una vez me enamoré de un poeta.

Resultó una historia bastante vulgar, convencional e impropia. Chica conoce chico, chico pierde chica (yo no lo perdí porque nunca lo tuve).

Vivía de la literatura. No tanto de publicar y vender, aunque publicaba y vendía, como de los aledaños que la rodean (no deja de ser un negocio como otro cualquiera e incluso rentable para algunos).

No tenía horarios y apenas muebles (los libros apilados hacían las veces de estanterías, mesilla de noche e incluso mesa de comedor). Un diván incierto con barrotes a modo de cama. Un microondas en desuso. Grifos que goteaban y paredes que pedían a gritos una mano de pintura.

Nunca usaba paraguas en una ciudad condenada a un eterno otoño. Aún me gusta mojarme paraguas cerrado en mano ante la incrédula mirada de los transeúntes, aunque ya no sean sus brazos los que me rodeen colocándome su raída gabardina sobre los hombros.

Al cabo de los meses ya lo sabíamos todo el uno del otro. Al menos todo lo que queríamos mostrar (todo lo que deseábamos conocer) y cuando desaparecieron las flores y la curiosidad llegó la decadencia.

Hoy, ahora, llueve como si el otoño acechara ya a este incipiente verano. Es lluvia recia que emborracha de verde, no tormenta de verano. Lluvia bajo la que caminar sin paraguas, mojándose en busca de resguardo en algún soportal de la plaza en cuya biblioteca esta mañana tomé prestado tu libro entre Jaime Sabines y Pedro Salinas.

P.S. Además de poeta era gilipollas, bien lo dijo
Clifor, que todos los poetas lo son. Pero yo tardé, no en darme cuenta, sino en reconocerlo.

“…Nel curiosu boudoir onde estopaben les esquiles doraes de les sos rises cuatro estrelles d’azogue rellumaben.”

Se hizo grande y se nos fue


Escribía Luis García Montero:

"[. ..] agradece tu vida a mis fantasmas,
a la pasión que pongo en cada verso,
por recordar el aire que respiras,
la ropa que te pones y me quitas,
los taxis en que viajas cada noche,
sirena y corazón de los taxistas,
las copas que compartes por los bares
con las gentes que viven en sus barras.
[…]
Recuerda que mi reino son las dudas
de esta ciudad con prisa solamente,
y que la libertad, cisne terrible,
no es el ave nocturna de los sueños,
sí la complicidad, su mantenerse
herida por el sable que nos hace
sabernos personajes literarios,
mentiras de verdad, verdades de mentira […]"

Y no olvido que ellos existen porque existen en mis recuerdos...

No olvido que puedo asesinarlos en el momento más inoportuno...

No olvido que nada hay más solitario que el dolor, porque también excluye a quien lo siente.

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