jueves, mayo 31, 2012

Me has enseñado a respirar... [Juan Gelman]



No sé porqué nos acordamos de aquella canción de Carlos Chaouen cuyo título no recuerdo, aunque en realidad nunca recuerdo los títulos de las canciones de Carlos Chaouen. O tal vez fue él el que la recordó... Así que corrí hacia la breve estantería del pasillo y cogí una antología de González, Ángel; tampoco recordaba el título del poema, pero apareció ahí, entre bandoneones que recorren columnas vertebrales y canciones de invierno y de verano con balandros y bañistas, cabos helados y distancias insalvables...


Me basta así

Si yo fuera Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti; 
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia 
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando  -luego-  callas...
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.

Creo en ti.

Eres.

Me basta.



(In)certidumbre



Hace un tiempo, tal vez un par de semanas, tal vez tres, un compañero de trabajo a escasos metros de mí ilustraba a otro sobre el uso y el disfrute del What's up. El instructor afirmaba rotundamente que dicho invento había cambiado su vida porque le había hecho distinguir entre dos tipos de amigos, los caros y los baratos. De modo que si quería ir a un concierto, pongamos el de Rebeca Jiménez (tan sólo unas 20 personas entre el público, aunque todo hay que decirlo algunas de ellas muy entusiastas) y no tenía acompañante, no había dudas, enviaba un pseudo mensaje a un amigo de los baratos, que no iba a gastarse él las pelas en un SMS para invitar a un improbable concierto de una tipa a la que nunca había escuchado por mucho que su compañera Dae, la del gusto exquisito e impecable, la hubiera recomendado. Si tenía que avisar a alguien de que llegaría (muy) tarde porque una vez más los mineros habían cortado la carretera, que ese alguien fuera de los baratos, porque como fuera de los caros se quedaría esperando sine die, al igual que se quedaron esperando las cuencas mineras por una reconversión industrial que nunca acabó de llegar.

A mí personalmente esa aplicación, y a diferencia de él, no me ha cambiado la vida, aunque sí he de reconocer que ha supuesto un gran ahorro en mi factura telefónica y que le ha dado otra vuelta de tuerca más a mi escasa sociabilidad. 

De pronto me llegan mensajes de gente que no conozco, recuerdo, ubico o identifico. Supongo estaré catalogada como una amiga barata "por fin" y los que permanecieron en silencio durante meses, tal vez años, ante la gratuidad de la comunicación se acuerdan de mí y de mi existencia. Es enternecedor, halagador, conmovedor, turbador e incluso emotivo (añadan todos los -or que les plazcan) que la gente se acuerde de ti, te invite a fiestas y a saraos varios a los que nunca asistirás con la convicción de que has sido invitada porque saben que nunca harás acto de presencia, que te recuerden tal concierto, aquella exposición, una película del ciclo de los lunes en el Teatro Filarmónica o que los U.S Rails tocarán en otoño en Avilés (las cosas buenas siempre suceden en otoño, todo el mundo lo sabe, y sí, el mes de diciembre también puede ser otoño).

Que todo eso es genial, que te pregunten qué tal, cómo andas y te cuenten su vida en tres palabras, todo muy bien sin ni siquiera dar las gracias. Todo el mundo lo sabe; todo muy bien, gracias. Pero es que yo no recuerdo, no sé, no reconozco... y no voy a peguntar, y tú quién eres, me he olvidado de ti, ya no te recuerdo. ¿Cómo es posible que conserves mi número después de tantos años, de tanta distancia, de tantos silencios?

Yo borro números. Yo olvido, memoria selectiva sin retorno... pero permanezco en los teléfonos ajenos sin hacer ruido ni céntimos de gasto




[Y acá deberían sonar los U.S. Rails, "Gonna Shine", por ejemplo...

Donosti, here we go...]

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