miércoles, noviembre 21, 2007

Cuando fuimos los mejores



"... y comprendió que el asombro, al fin y al cabo, es una categoría de lo cotidiano, y que sólo hay un dios, el azar, y que sólo existe una religión, la casualidad, y que cualquier otra interpretación de la vida y de sus accidentes no sólo está abocada al fracaso, sino que condena a la más absoluta ceguera."

La ofensa de Ricardo Menéndez Salmón

Para S., que sabe de qué le hablo... con sorpresa (de Julián) incluida entre el humo y el ruido del Blackberry por su oportuno "somos amigos de Olvido". Por mi parte sigo festejando... él ya ha alcanzado la otra orilla y yo he encontrado la salida.


Nos vemos en la próxima huida.

lunes, noviembre 19, 2007

On the bright side of the street


Me jode, y me jode decir me jode, pero me jode, y además terriblemente los tipos esos, porque siempre son hombres, que a bordo de sus coches te deslumbran con ráfagas de luz para tratar de digamos "comunicarse" con el conductor, en este caso conductora, del coche que les viene enfrente.


Salida del trabajo a eso de las tres en un día gris, lluvioso, sombrío y con niebla. Enciendo las luces de cruce y en menos de cinco minutos 6 coches me hacen señales. Cómo explicar que si a mí me viene en gana conducir con las luces encendidas en un día así no cometo una infracción de tráfico. Es más, deberían obligarnos a todos como en determinados países europeos donde se conduce siempre con las luces encendidas. Así que la próxima vez que vean un humilde utilitario de color fucsia con las luces encendidas ahórrense el gesto señores (y el comentario/pensamiento de "mujer tenía que ser").

domingo, noviembre 18, 2007

Espejismo

"Aunque tú no lo sepas

me he acostado a tu espalda

y mi cama se queja

fría cuando te marchas."

Q. González/E. Urquijo

Cuando aprendas a estar solo, cuando sepas lo que quieres. Cuando me escuches...Ejercicio inútil. Buscando maneras de aprender. Y todo lo demás, también...

Extraños acercándose demasiado...

Nostalgia del felpudo




Hace mucho tiempo que yo le declaré la guerra al vello corporal, a los pelos, pa entendernos; incluida la brasileña (depilación del pubis para los no iniciados). No es una cuestión estética, y mucho menos sexual, tanto como de higiene y comodidad.

Presupongo que nadie cuestiona la depilación de las piernas o de las axilas y con ese nadie me refiero a los hombre heterosexuales, pero lo cierto es que nunca me he planteado si estos prefieren o no un pubis completamente depilado. De ahí mi sorpresa cuando un buen día y a altas fiebres de la madrugada entre amigos mayoritariamente del género masculino y heterosexual surge el tema de la depilación femenina cuando Mar en el último momento y para nuestra sorpresa decide no alejarse con su ultimisima conquista nocturna con la excusa o disculpa de no estar depilada ante mis risas estupefactas y los comentarios de los chicos restándole importancia a ese detalle.

Incluso uno de ellos va más allá e inicia un auténtico alegato a favor de eso que algunos llaman felpudo, según él injustamente denostado y desterrado del cuerpo femenino. Será que no frecuenta los vestuarios femeninos de la piscina municipal y en todo caso aunque él acabe de superar los cuarenta no ponga sus ojos (entre otras cosas) en cuerpos que apenas superan los 20.

Lamentaba que a sus particulares lolitas les horrorizara el vello púbico, que para ellas fuera sinónimo de falta de higiene y falto de erotismo, reivindicando desde ya el felpudo.

Yo desde luego no me uno a su causa.

jueves, noviembre 15, 2007

The devil wears Zara

Desde que tengo uso de razón he deseado tener un Birkin (entre otras cosas). Si no saben de qué les hablo, no se preocupen, no es un conocimiento necesario para respirar trece veces por minuto.

Cuando una mañana la viudita alegre apareció con algo parecido colgado del brazo no podía creerlo. Afortunadamente el estupor duró breves segundos, tiempo suficiente para acercarme a una distancia antimiopía y distinguir que era de palo. Nos lo mostró orgullosa con un "mira qué pasada de bolso" y apuntando que era igual que el de Vicky Posh Beckham y que se había comprado dos, ése en color chocolate, y otro verde manzana.

Desde ese día hasta hoy, al menos cuatro de mis colegas se han agenciado uno, en Blanco, of course, esa especie de tienda de los horrores donde las imitaciones campan a sus anchas. Si las apreciara en algo les diría que su pose me parece absurda, que es un bolso tremendamente difícil de llevar que requiere cierta altura y cierto garbo, del que ellas sin duda carecen, que no es el bolso de la tal Mari Vicky, sino de una inglesita ganada para la República por un tal Monsieur Gainsborug, que la Sartorius, Isabel, ha copiado, digo diseñado uno bastante más asequible económicamente y que si juntasen los 20 euros que todas las semanas se gastan en un nuevo bolso plasticoso (la
Carola dixit) de imitación tendrían para comprarse uno de piel, aunque no fuera de diseño, que en cuestiones de zapatos, cinturones y bolsos una deja sus convicciones vegetarianas a un lado.

Supongo que todos conocen la serie Sexo en Nueva York, o lo que es lo mismo Sex and the city (sigo esperando que alguien me explique a qué se debe tan libre traducción), que algunos llaman de culto y otros consideran tan innovadora. Ya saben, la de Sarah Jessica Parker o lo que es lo mismo Carrie Bradshaw luciendo palmito encaramada en unos tacones imposibles; culpable de que muchas mujeres y algunos hombres se hicieran adictos a los Cosmopolitan, los Manolos y al mantric bunny, no necesariamente por este orden. En la que a las protagonistas jamás se les ve con un libro en la mano excepto cuando Carrie se lía con un presunto escritor (lo que tampoco tiene excesiva importancia a pesar de que la prota es escritora o su mejor amiga es una abogada de prestigio) ocupadas como están en desayunos interminables (ya me gustaría a mí tener sus horarios laborales sin renunciar a su fondo de armario ni a la vida sexual de Samantha, que para ser sinceros parece ser la única que folla y se pone la vida por montera, aunque acabe con un cáncer cual castigo divino por fornicadora). Donde la redención final se alcanza además de sufriendo un cáncer de mama con una casita en Brooklyn (algo así como el destierro) y una suegra con alzheimer. Quién lo diría para una serie tan presuntamente libertaria. Y que una, pese a todo, ha visto completita, a vuelto a re-ver, también completa, e incluso se ha tragado el making-off (asumo mis grandes contradicciones).

Recuerdo la serie porque en uno de sus capítulos Samantha se compra un Fendi falso del que está hiperorgullosa aunque tenga que pelearse por él con una conejita en la mansión playboy (véase capítulo de la sexta temporada). Alucinada Carrie por el realismo del bolso en cuestión decide comprarse uno y acompañada por Samantha se presenta en el puesto de venta, el maletero de un coche, donde se da cuenta de lo cutre, triste y patético que es comprarse una falsificación para tratar de hacerla pasar por auténtica. Aunque Samantha no se de por aludida y haya que esperar al final del capítulo para que nos llegue la moraleja (ésta nunca falta).

Hace escasos días yo me sentí igual que Carrie. A pesar de que excepto de algunos hombres, yo no he hecho uso de imitaciones.

Soy clienta asidua del imperio Inditex, bien lo dice Evinchi, a la fuerza y sin alternativas. Y de Zara a Mango y de Mango a Zara pasando a veces por Sfera y H&M (aún sigo achicopalada, que diría mi Chava, con la revolución Cavalli, que a mí me parece un hortera, todo hay que decirlo, entre tanto print de leopardo).

Como decía antes en mi entorno femenino y laboral abundan las imitaciones. Primero fue el Birkin, pero luego llegó el Gaucho de Dior, el Spy de Fendi, uno de flecos que creo que es de Prada, el Muse de YSL y un largo etc. Y eso en cuestión de bolsos, porque las camisetas con el logo CH me consta son un hit en los mercadillos.

Un buen día, una colega, y sin embargo no amiga, apareció con un nuevo bolso colgado del brazo. Es de las que se gastan sus buenos 20 euros semanales en uno nuevo, en la variedad está el gusto, debe pensar. Lo cierto es que no estaba mal del todo a pesar de ser una imitación de un Gucci si mi ojo vogueano no me fallaba. No es que no estuviera mal, es que estaba muy bien. Vamos que el bolso me gustaba, fuera de Gucci, de Pucci o de quién fuera. Curiosamente no tuvo éxito y a la semana siguiente nadie llegó con el mismo bolso (la aparición de uno nuevo en escena suele ser origen de una reacción en cadena).

La Carola si le echó un ojo. Claro que su buen gusto sólo es comparable al mío, aunque eso sea lo único que tengamos en común porque mientras yo me conformo con pasar las páginas del Vogue ella hace trizas la tarjeta de crédito de su respectivo comprando básicamente en Carolina Herrera (Oviedo es un tanto limitada en cuanto a tiendas de grandes firmas). Y a los escasos días apareció con el Gucci bajo el brazo. Y digo Gucci porque no dudé ni por un instante de que fuera auténtico.

Pues no, no lo era. Supongo que debía haberlo adivinado. No creo que sea fácil comprarse un Gucci auténtico en Oviedo, y a ella no le había dado tiempo a viajar a Madrid (cada cierto tiempo se va de compras a la capital).

Me lo confesó sin pudor. Claro que como iba vestida de arriba a abajo de Antonio Pernas cualquiera hubiera dicho que el bolso no era auténtico. 25 euros regateando en el mercadillo. Yo lo miraba y lo remiraba y cada vez me gustaba más, el diseño, los colores, el asa y pensé que por 25 euros por qué no caer en la tentación.

Nunca he comprado absolutamente nada en un mercadillo, en "la plaza" como lo llaman aquí, o el rastro... bueno, si he comprado flores e incluso algún libro. Pero nunca ropa o bolsos o zapatos. Para todo hay una primera vez, supongo. Así que con la idea de los 25 euros regateando, 30 sin regatear, ya había decidido que yo no sirvo para eso, madrugué el domingo y me dirigí a la búsqueda y captura de mi falso Gucci.

Lo primero con lo que me encontré no fue con un puesto de bolsos, sino de ropa interior y lencería donde una rolliza gitana moño en alto vendía a gritos su mercancía entre la que abundaban los tangas con motivos de leopardo y cebra, muy Just Cavalli y por donde obviamente pasé de largo para darme de bruces con un maravilloso vestido que parecía fuera de lugar y situación. Busqué infructuosamente una etiqueta con el precio, aún no había aprendido la primera lección de compradora de mercadillos, nada tiene etiquetas ni precio, hay que preguntar directamente al vendedor y supongo que midiendo la cara de la pardilla que tenga enfrente éste le dará un precio u otro. En mi caso debí de parecerle mucho porque me dijo que costaba 90 euros, lo que me pareció una barbaridad dadas las circunstancias.

Cuando por fin descubro un puesto de bolsos una de las grandes incógnitas de mi vida se resuelve. Está plagado del logo de Carolina Herrera. Ya entiendo el por qué de ver a tantas mujeres en todo momento y condición con ellos. Ni rastro de mi Gucci. Tras pasar por varios stands, horrorizada por ver hasta qué límites llega el mal gusto y cuando ya estoy planteándome irme a casa lo diviso en el último puesto de bolsos que me queda por revisar. Una mujer lo sostiene en alto y en el momento que lo veo sé que tiene que ser mío, me entra un furor de rebajas marujil a la puerta del Corte Inglés y me dirijo hacia allí. Busco y revuelvo, pero no hay ni uno más, sólo el que la mujer sostiene entre sus manos, mira y remira, le da vueltas, se lo cuelga, abre y cierra, duda. Aguanto la respiración. Por fin lo suelta y yo lo cojo en el aire casi arrancándoselo de las manos ante la mirada atónita del vendedor que debe de tomarme por una loca. ¿Cuánto? le pregunto casi fuera de mí... 55... ¿55 euros? ¿Pero qué me está diciendo este romano?

Justo en ese momento me doy cuenta de lo absurdo de mi comportamiento. Es obvio que no voy a pagar 55 euros por él y ante la desconcertación del vendedor me alejo. Él me reclama, supongo el regateo forma parte del juego, pero ni 55 ni 20... Al igual que Carrie cuando le abren el maletero del coche y ve todo ese batiburrillo de bolsos y bolsas de plástico. El lunes fui a Zara y me compré un bolso anónimo, pero de piel.

domingo, noviembre 11, 2007

Distancias atravesadas por la ira


¿Qué sabes tú de la mentira,

qué sabes tú de las sustancias soportables?

Descripción de la mentira de Antonio Gamoneda



Al instante de decir “sí” supe que me había equivocado. Estaba mintiendo aunque mi intención no fuera mentir. Simplemente quería dar por finalizada la conversación, no me apetecía dar explicaciones. Técnicamente yo no mentí, yo no creé la mentira.

Al fin y al cabo tú me habrás mentido tantas veces… ni que me importara. Estoy demasiado cansada.

Como alguien me dijo una vez… hay días con flores frescas en el jarrón y otros en los que sólo tienes agua fría…



¿Soy yo la única que piensa que el Rey no defendía a Aznar sino el derecho de Zapatero de no ser interrumpido en su intervención con esa salida más propia de un "que te calles Karmele" un tanto impropia de un Jefe de Estado?

sábado, noviembre 03, 2007




Para Iranon,
ahora que no lo espera.

Y, así, cuando llegó la nieve,

la nieve estaba ya,

desde hacia mucho tiempo,

en nuestros propios corazones.


La lluvia amarilla de Julio Llamazares



Elegí esa casa. No era la más grande o la de apariencia más hospitalaria, ni siquiera la primera con la que me encontraba tras pasar delante de las ruinas ya invadidas por las sombras del anochecer que me daban la bienvenida al pueblo. Tampoco era la más cuidada, en algunos corredores aún quedaban geranios desafiando a las primeras heladas nocturnas y parterres de hortensias en los zaguanes, ésta sólo ofrecía unas paredes desnudas.

Tal vez fue ella la que me eligió a mí.

El barro invadía los estrechos caminos, herencia de la torrencial lluvia que me había acompañado durante mi búsqueda de refugio y sobre él se distinguían unas huellas recientes que se adentraban en la oscuridad y llegaban hasta su puerta.

Mientras buscaba infructuosamente un timbre o un picaporte que la casa no parecía tener la puerta se abrió suavemente y una tenue luz dibujó la figura de una mujer que me hizo pasar con un ligero asentimiento de cabeza tras mis explicaciones y disculpas. La seguí en silencio a través del zaguán donde reposaban varios pares de abarcas extrañamente impolutas pese al barro de afuera, de distintos tamaños, que supuse pertenecerían a los habitantes de la casa.

Me condujo a través de un largo pasillo hasta hacerme entrar en una sala de grandes ventanales tan sólo iluminada por el fuego que ardía en la chimenea. Con gestos me indicó que me quitara mi abrigo y los zapatos, humedecidos y llenos de barro. Los colocó cerca del fuego, arrimó una silla a éste y me hizo sentarme para calentarme. Ella salió hacia el cuarto continguo que supuse sería la cocina porque oí estrépito de platosy a los pocos minutos reapareció con una sopera humeante que colocó sobre una mesa que hasta entonces me había pasado desapercibida. De nuevo sin mediar palabra me indicó que me acercara y me sentara a ella.

Sobre la mesa, como si hubiera estado esperándome, había dos platos con sus respectivos cubiertos. Se sentó frente a mí, sirvió la sopa, y en el más absoluto de los silencios comenzamos a comer.

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