martes, diciembre 14, 2010

Cantaba Enrique Morente que el hombre desea una cosa, parece un mundo, luego que la consigue, tan sólo es humo...




La tarde-noche del segundo domingo de adviento fue especial, en parte. Encendí la segunda vela de mi corona y apagué a cambio y de un solo soplido las que iluminaban el corazón de alguien. Me acuerdo ahora de Jorge Drexler cantándole a Ana Laan y diciéndole que su corazón va a sanar. Yo no supe decirlo tan bonito, ni siquiera de forma tan desinteresada, porque aunque eso es lo que deseo ni siquiera puedo decir que lo desee de corazón. Me palpé el pecho en busca de él, de un latido que denotara su presencia y no fui capaz de encontrarlo. Tendré que pedirle uno nuevo a los Magos de Oriente.

En otro orden de cosas, o casi, olvidé que ayer, 13 de diciembre, fue Santa Lucía; como olvidé que el lunes pasado fue San Nicolás; pero es fácil olvidar cuando no tienes nadie que te regale y una siga moviéndose entre sombras. No sé, a lo mejor no es casualidad y él tuviera razón y el lunes fuera menos lunes y fuera más Santa Lucía que nunca, porque aunque siempre diga que adoro los otoños y que las cosas buenas siempre suceden en otoño, también recuerdo que el 13 de diciembre llega la luz y por tanto tengo hasta el 2 de febrero para encontrar la salida a este laberinto a la luz de las candelas.





P.D. Greta Garbo y John Barrymore en "Grand Hotel"

Ya lo decía Arjona, mejor vayamos aclarando este asuntico...




[Es la una de la madrugada y no puedo dormir. Me he levantado de la cama y he puesto música, bajita, muy bajita. Canta, casi susurra, Caetano Veloso y su "Fina estampa". No sé por qué me gusta ese disco en concreto, y tanto. Si en realidad me gusta más cuando canta en portugués, y no deja de ser un disco de versiones y yo no soy muy de versiones, pero éste me gusta, no importa por qué y me gusta eso que suena ahí abajo, mucho, pero mucho, de verdad de la buena... y no encuentro motivos. Tampoco hacen falta.


Y me pongo a perder el tiempo, y curioso, aunque no creo demasiado en el azar ni en las casualidades, pero me encuentro con esto, después de tanto tiempo, ¿dos años?, no sé, ya he olvidado sin olvidar. Lo escribí entonces, no recuerdo si lo publiqué aquí, tal vez, o tal vez lo borré. No importa, ahora sí lo hago, aunque ahora tampoco importe]



No pensaba hablar de ti, aunque mi propósito y como dice alguien muy querido, sea hablar de todos los desgraciados que me rodean. Pero es que me dolió y creo que especialmente por venir de quién venía.

Pongamos que te llamas F., que eres un abogado que ronda los cuarenta aunque la gente cuando te ve te situa en los 30 y cuando te conoce, en los 25.

Digamos que coincidimos de lunes a viernes unas cuantas horas todas las mañanas desde hace casi cuatro años. Que siempre nos caímos bien aunque tú ya formaras parte de la tribu de los Brady, y sus intentos de abducirme acabaran en el más absoluto de los fracasos.

Hubo un tiempo perdido en el que compartíamos cumpleaños y celebraciones varias; libros, incluso confidencias, declaración de intenciones y regalos, aquella especie de Lebkuchen de Estambul o una pequeña cruz de madera de aquel monasterio en Bulgaria (queda pendiente ese viaje). Asesoramiento legal, declaraciones de la renta y revoluciones.

Viajero, que no turista. De esos que se alquilan una autocaravana y se pasean por las Montañas Rocosas escuchando a Josh Rouse mientras Jack Kerouac reposa en el asiento de atrás. Si me hubieses invitado probablemente te hubiera acompañado, y hasta sorprendido. Pero creo que eso ya lo sabes. Siempre lo supiste. Fui yo la que tardé en darme cuenta, y ni modo, ya era demasiado tarde.

Más Holly Golightly que Carrie Bradshaw en todo caso y pese a todo, incluido mi falso Birkin, no tan falso al fin y al cabo, al menos no comparado con otros. Ni yo tan así*, supongo... comparada con otras. Pero las comparaciones siempre han sido odiosas, ¿verdad?




*De las torpes, de las ingratas, de las emocional y socialmente atrofiadas.


P.D. Rochelle Hudson y Michael Whalen

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