martes, septiembre 13, 2011

Pocas veces ha resultado tan certero el primer momento del resto de mi vida


Acabo de comprar un par de entradas para la Ópera. Sábado, 17 de diciembre a las ocho de la tarde en el Teatro Campoamor. Ladies and gentlemen, Norma...

Hace tiempo, tres meses tal vez, no recuerdo, que me decía que no se me podían escapar. Pero de alguna manera, y fíjeseustedquetontería, me sentía como si hubiese algo de mal fario en planear con medio año de antelación una noche en la ópera.

Y tal vez porque ya no puedo imaginarme, hace tiempo que lo olvidé, cómo era la vida antes de que el Internet irrumpiera en nuestras vidas (creo que ya no sabría colocarme pacientemente ocupando mi lugar en una cola ante una ventanilla y elegir a medias con la taquilera la mejor situación para mi modesta economía y mi no tan modesto vértigo), hace un escaso cuarto de hora igualmente he dejado de poder imaginar cómo era mi vida de antes... aunque en realidad eso hace cierto tiempo que lo había decidido.


La vida sin usar



Habrá que creer, canta Alejandro Filio encantado de estar en Coahuila, ¿o era Tamaulipas?... Habrá que creer... en Cristo, en la paz o en Fidel.

Aunque no recuerde los domingos y fiestas de guardar, no me arrepienta de mis pecados ni acuda con regularidad al confesionario y las únicas velas que encienda estén destinadas al baño de la semana, me consuelas en el llanto y me guías cuando me pierdo.

Siempre quise ser Lilith, la otra mujer; pero no hubo suerte en el reparto y me tocó su antagonista. Ahora contigo a mi lado ya no siento la tentación de mirar atrás con el riesgo de convertirme en estatua de sal…


Buenas noches y buena suerte




Llevo un buen rato sobre la cama con el portátil sobre las piernas y la pantalla en blanco. He perdido la costumbre o los modos en los que me dirigía a este rincón; pequeño, inútil y un tanto absurdo por momentos. He perdido la costumbre, sí, sin duda, de hablarle a otros. Porque no, yo no escribía aquí a modo de querido diario. No, yo siempre he mantenido estupendas conversaciones en tiempo real con mi mismidad y por momentos sentía la imperiosa necesidad de que fuesen otros los que me escuchasen.

Acá yo escribía para que tú lo leyeras, aunque tú en ocasiones nunca llegases a leerlo (afortunadamente). Y a veces tú tenías nombre y apellidos; otras, a la manera del poeta Girondo, tan sólo letras, acentos, consonantes y vocales. Y ahora, nuevamente, tras muchas lunas, de nuevo tengo alguien a quien dirigirme... Y todo esto lo cuento para aquellas y aquellos que preguntan por qué ya no escribo. En algunos casos incluso por qué les he abandonado. Curiosa pregunta porque nunca me han tenido. Porque no, no se trata de haberse quedado sin historias que contar y una vida que vivir. Se trata de que ya no necesito que alguien me escuche, quizás yo misma me baste y me sobre. Quizás no, quién sabe...

Hace unos días volví a pasarme por aquí y tras mucho tiempo me puse a leer, a ti, a él y a tantos otros tras tanto tiempo, tal vez cansada, tal vez aburrida de leerme en las historias de los demás y que todo siga igual. Las mismas vidas, la misma forma de contar, de doler... supongo que algunos no tenemos remedio... Y curiosamente lo único que no sigue igual me lo encuentro en tu rincón, al que acudía precisamente queriendo encontrarme lo de siempre, las mismas sonrisas, la misma actitud ante la vida, los mismos dolores que duelen, pero siempre un poco menos.

Quise escribirte, dejarte un comentario al uso... pero como tantas veces no me salieron las palabras y las manidas frases que cruzaron mi cabeza no iban más allá del consuelo barato. Tantas veces me he sentido así, ante una historia digna de ser comentada, alabada, agradecida; y yo sintiéndome pequeña, absurda y llena de idioteces. Tratando de pasar de puntillas, sin hacer ruido para no molestar.

La segunda opción era hacerlo de una forma más privada y personal. Tal vez en algún lugar de tu rincón apareciera una dirección, un buzón al que dirigir la misiva. Pero de nuevo di marcha atrás sintiéndome una intrusa. Pese a que recordé las veces en las que alguien se dirigió a mí saltándose el anonimato y barreras de distancia, colándose en mi cuenta de correo firmando con un nombre de pila completamente desconocido, ofreciéndome cariños varios, sabias palabras y compañía en la distancia por medio de las letras. Agradecida siempre, y emocionada sin duda en esos casos y en ese tiempo tan lejano ya.

Como es obvio no hice ni lo uno ni lo otro y tal vez esté usando esto como excusa para reconciliarme con mi propio rincón. Tal vez te esté hablando a ti sin que tú llegues a saber nunca que es de ti de quien hablo, en el caso, no sé si poco probable, de que llegues a leer esto.

Y es que me dolió leerte. Por ti, evidentemente, pero también por mí. Porque siempre he vivido en la firme creencia de que hay personas que no se merecen según que cosas. Algunos dolores llevan impreso un código genético y deben o deberían estar destinados a ser sufridos sólo por algunos. Tal vez sólamente por aquellos que hacemos méritos y reméritos para alcanzarlos cultivando inseguridades, egocentrismo y vulnerabilidad a partes iguales.

Leo tu historia, o esa pequeña parte de tu historia, la que apenas dejas entrever, fiel a tu estilo de contar sin contar en realidad. Esa historia que probablemente yo imagino. Y siento rabia y coraje. Reniego y pienso que a ti no pueden pasarte esas cosas, y no porque no te lo merezcas, que eso es obvio. Que nadie se lo merece, aunque algunos probablemente un poco. Puede que me mueva el egoísmo, fíjatetúquétontería, ya sabes, eso de se me ha caído un mito, que yo de "mayor" quiero ser como ella... Y ella es fuerte, y camina con decisión sin mirar atrás aunque ya no corra el riesgo de convertirse en estatua de sal, y es libre... porque no tuvo miedo a elegir serlo.




P.D. Siempre que escucho esta canción me acuerdo de las mujeres que admiro, y hace mucho tiempo que tú pasaste a ser una de ellas.

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