viernes, agosto 07, 2009

Negación

Llueve en agosto. Cambiando el fucsia desvaído por rojo, con sorpresa e imprevistos. El sofá ¿Karlstad? de Ikea, marrón chocolate, hace malabarismos en el maletero. Mi voz cansada en Atención al cliente. Odio los centros comerciales en tardes como ésta, refugio de familias con niños chillones y maleducados. Nadie parece entender que ser niño no está reñido con la buena educación, léase no pegar patadas a tu vecina de mesa mientras le derramas el chocolate, sin los churros, por encima de sus, afortunadamente, no tan inmaculados vaqueros. Odio Ikea, llena de parejas que parecen recién salidas de un catálogo de Casa y Jardín, embarazadas en su plenitud acompañadas de madres o suegras, imposible distinguirlas o mujeres maduras presuntamente modernas con su tinte color ciruela debatiéndose entre edredones nórdicos y cocinas Faktum. Odio la autopista atrapada en la niebla, bajo una lluvia que no está en los escritos, parkings abarrotados, semáforos en rojo y atascos interminables... Pero no quiero convertir esto en un catálogo de odios. El día es demasiado gris y hermoso. Aún no ha acabado de amanecer del todo, pocos minutos sobrepasan las siete y la niebla y la lluvia se confunden entre la oscuridad que no permite divisar el Aramo, solaz en mis ratos de ocio a través de mi ventana cuando imagino cumbres más altas. No parece viernes, no parece inicios de agosto. Y esta doble negación me gusta. Hoy hace juego con mi rímmel.

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