domingo, octubre 10, 2010

Pablito clavó un clavito




Regresando a mi norte, en el que para no variar está lloviendo tras el diluvio madrileño del sábado, con un único disco en la guantera, casualidades te ofrece la vida, "Personal", de Quique González, su primer disco, el que me lo descubrió y al que más apego le tengo. Algo más de cuatro horas a solas, conduciendo un coche que no es el mío dan para mucho, incluso para escuchar repetidamente esas 11 canciones y elegir una como banda sonora del comin' home. También, obvio, para hacer repaso de estos tres escasos días que se han quedado cortos y que ganas tiene una de alargar, teniendo en cuenta que tengo por delante una absurda semana en la que sólo trabajaré el lunes, extraños privilegios del funcionariado. O tal vez convertir en permanentes, que vente pa Madrí, me repitieron insistentemente. Según C. es mi hábitat natural, yo, que no sé ni cruzar la Gran Vía con el semáforo en rojo y acabé perdiéndome por la Latina a una hora incierta de la tarde a pesar de llevar pulcramente dibujadas y escritas las esquinas a doblar. Tras recorrer tres veces arriba y abajo la calle Cuchilleros y no menos de cuatro la plaza de la Cebada, y sin preguntar; que ya se sabe que preguntando se llega a todos lados, no por cuestión de orgullo, sino de oportunidad, nadie sobrio pese a la hora no especialmente tardía en tres metros a la redonda, llegué a mi objetivo. La fiesta había empezado sin mí aunque tuve la recompensa de las sonrisas y los sonoros besos de J., las risas y la compañía del artisteo circundante y hasta los codazos de R. señalándome la puerta por donde entraba un tipo alto, aparente y según supe pronto soltero, sin compromisos y con un sonoro nombre vasco. Bueno, más que aparente, era guapérrimo, y más que alto, era muy, muy alto; y yo, mala sea mi suerte, sin tacones, en vaqueros desvaídos y sin peinar (lo que tiene dormir en los sofás de casas ajenas donde no se estila el uso del secador). Pero el guapérrimo y altísimo vasco resultó ser tan encantador que se creyó que la belleza estaba en el interior y debió hallarla en mis entretelas, porque tres horas después parecía que sólo habían pasado cinco minutos y un buen número de cervezas. Y ya se sabe que el alcohol es lo que tiene, que te hace buscar taxis con luz verde y ponerte Chanel Nº 5; aunque también traiciona, especialmente cuando te sorprende con el estómago vacío y el rímmel corrido; o será que tienen razón los que dicen que los géminis tenemos personalidad bipolar, porque me niego a pensar que fuera un acto de lucidez que de pronto me diera cuenta de que no quería compartir ese asiento trasero con un tipo alto, guapérrimo y de nombre sonoro; que sin duda sí en cualquier otro momento, pero no entonces. Tan encantador como educado se bajó del coche con la perplejidad en su hermoso rostro (era condenadamente guapo), pensando, imagino, cosas horribles sobre mi persona y mi comportamiento, probablemente no del todo inciertas y ante el desconcierto del taxista que no acababa de entender quién subía, quién bajaba y quién permanecía... Fui yo la que me quedé, aunque sólo el tiempo justo para enviar un mensaje que probablemente no sería leído, a un tipo no tan guapo, ni tan alto, ni con un nombre tan sonoro; para decirle precisamente eso... que el taxi tenía luz verde y yo Chanel Nº 5.







P.D. Helen Mack


[Pregunta técnica para lectores-blogueros-usuarios del Facebook,
¿por qué no consigo que las entradas del blog salgan en el muro de Facebook?]

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