jueves, enero 28, 2010




No contenta ni satisfecha con haber estrellado mi coche, conmigo dentro, of course, pero eso sí, con el cinturón y a poco más de veinte por hora (no tengo clase ni para tener accidentes) cuando por fin lo recupero, descubro que he perdido las llaves (y no tengo copia)... Lost to the river. He rastreado mis cincuenta metros cuadrados y nada (acabo de descubrir las ventajas de no tener muebles para estos menesteres), he interrogado al portero, recorrido palmo a palmo el garaje, los dos ascensores y el camino que los une, y nada. Desaparecidas y mañana es viernes y yo quería exiliarme el fin de semana de mi exilio interior y no me gusta ir cargada como una mula en el transporte público y ya me veo en esta ciudad en la que nunca hay nadie en domingo y no tengo otros planes y estoy sola y adicta a series que no puedo ver porque mi disco duro externo de almacenaje ha decidido jubilarse y no tengo a quién echarle la culpa de mis cotidianas desgracias... Patética vida la mía...




De regreso a mi vida



Él no lo sabe aún, pero le debo algo. Agradecimientos varios, ciertamente imprecisos, que ni siquiera se imagina y probablemente nunca llegue a conocer. Es curioso como la gente irrumpe en tu vida sin proponérte(se)lo, o sí, y no es que vuelva ésta del revés, o la cambie o pinte de otro color, para eso están otros, sino que la devuelve a la normalidad, y a veces ése puede ser suficiente motivo para tener que dar las gracias.










Qué bien sienta de cuando en cuando, especialmente por ser la excepción, cabrearse, enfadarse e indignarse, no necesariamente por ese orden. Especialmente cuando no es contigo, sino con otro. Y no, nada que ver con mi declaración de intenciones de ayer. Este enfado-cabreo-indignación (puede que por este orden) tiene una motivación justa, clara, premeditada y alevosa. Aunque nada me guste menos que eso, que los malos rollos, las malas caras y la retirada de improbables afectos y saludos. Hay límites que nunca deberían cruzarse, porque una vez que se cruzan es muy difícil, por no decir imposible, volver atrás. La cordialidad y la buena educación no implican necesariamente ser una gili* que traga con todo. Una vez dije que tenía los sentimientos de una ameba, hoy le retiro el título, ofendería a las amebas con la comparación y además no creo que éstas tengan capacidad para mentir. Yo lo tolero todo, la confusión, la mediocridad o la falta de talento, pero nunca, jamás, aprobaría la mentira, y menos aún, si ésta es reiterada. Cómo vamos a pasar a partir de ahora siete horas diarias frente a frente, en realidad algo menos de seis y media, descontando la media hora de café de rigor, es un 'problema' que él tendrá que resolver, no yo. Ya he perdido suficientemente el tiempo concediéndole el beneficio de la duda, que para mí todo el mundo es 'bueno' mientras no se demuestre lo contrario.


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