jueves, mayo 13, 2010

Every time you go away




No sé quien eres... pero ya te echo de menos.

Banda sonora para una tarde de jueves

Y toda la tarde...



Me apetecía escuchar a Mr. Johnny Cash y me apetecía escuchar esta canción, ignoro el motivo, pero ambos me hacen sentir extrañamente bien.

El original, ya saben...

Nadie dijo que fuera fácil


Me he pasado toda la mañana tarareando esta canción... como si tuviera algo que ver conmigo.

(hay)Lugares peores



Siempre digo que odio mi trabajo, pero no es cierto, miento. No puedo odiar algo que no tiene contenido. Odio madrugar, dar los buenos días sin casi obtener respuesta, sentarme aquí, a pesar de las vistas (mirando la vida pasar), delante de este ordenador desde el que hoy (y ahora) escribo. Como todos, como casi todos los días, aunque las más de las veces acabe archivándose en la papelera. Leo los periódicos que dicen que me bajarán un 5% (de media) mi mísero sueldo y la chulería de un colega que afirma que si fuera posible reducir aún más su ritmo de trabajo, lo haría (al menos un 5%).

Entiendo el cabreo de la gente, que aplaudan una medida tan populista, chapucera e ineficaz. Pero no conozco a ningún alto cargo que sea funcionario. Ergo, a los asesores, jefes de gabinete, directores generales y toda la fauna ‘pata negra’, nadie les tocará su ya no tan mísero sueldo. Pero es lo que nos merecemos, dice la tribuna, el precio a pagar por nuestra estabilidad laboral. Y ya se sabe, somos vagos, cotillas y desalmados. Aquí un ejemplo, en horario laboral y desatendiendo mis obligaciones con el ciudadano para cultivar mi ‘yo’ narcisista vía Blogger.

Que sí, que tienen razón, que no trabajamos. Me pongo de ejemplo. Fiché a las ocho y cuarto de la mañana (bastante más tarde de lo habitual, pero eso es otra historia). Saldré a las cuatro de la tarde (igual no les salen las cuentas, no, no son 7 horas, no trabajo de ocho a tres). Ha sonado el teléfono cinco veces hasta ahora, que son exactamente las 12:45. Tres de ellas no cuentan. A qué hora salía al “café”, a qué hora debería hacer acto de presencia el Gato de Sargadelos, léase, el Jefe (en honor al gato de Cheshire) y una llamada del HUCA (Hospital Central de Asturias) -es la quinta en lo que va de semana- para avisarme de que tenía una cita en urología en enero del 2011. Las otras dos correspondientes a dos estimados compañeros. El primero me acusaba de ser la responsable de haber recibido un rapapolvo por parte de su jefe (sí, sorpréndanse, los funcionarios, algunos, reciben broncas por parte de sus jefes). Parece ser que yo no le informé debidamente de algo. El email con acuse de recibo y notificación de leído me convirtió en destinataria de una disculpa; posterior, obvio, a la respectiva bronca. La segunda correspondía al Marqués, de nuevo una bronca, esta vez telefónica y a distancia. No sé de qué me habla. Una solicitud de registro, un post-it amarillo, una ausencia de oficio, una sospecha infundada. Acordamos, acordó, archivarlo en la papelera; y él, obvio, no se disculpa.

A eso de las diez emito una tasa sancionadora, 3.001 euros por una infracción administrativa que no viene a cuento. A las once redacto una resolución y su respectivo traslado, que probablemente llegará en dos semanas al destinatario. El Gato de Sargadelos está reunido, mañana estará de curso, el lunes en Madrid y el martes en Valladolid. No podrá firmarla por tanto hasta el miércoles, luego irá al Registro de Salida, ese ente desconocido, me lo devolverán en un par de días más; pasará al ordenanza y de ahí al día siguiente a Correos (lo que estos hagan con la carta ya se escapa de mis dominios). Esto igualmente puede que les sorprenda, que el responsable de la lentitud del funcionamiento de la Administración no sea el funcionario tramitador (vago y maleante por añadidura) del proceso respectivo, sino la excesiva burocracia impuesta no por designio divino, sino por las leyes, y como ya saben, o deberían saber, que el desconocimiento de la Ley no exime de su cumplimiento, les animo a que le echen una ojeada, que nunca viene mal, a la Ley 30-92, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones Públicas y el Procedimiento Administrativo Común; que como poco, será más amena que lo último de Pérez-Reverte que me estoy metiendo entre pecho y espalda.

Acepto que mi situación es envidiable. Por un sueldo apenas mileurista dos llamadas, emitir una tasa, media hora de café (me compré un bolso en el Calatrava y le eché un ojo a un vestido maravillisosísimo en Massimo Dutti), notificar una resolución y a las cuatro de la tarde en la calle.

No les cuento, claro, que aquí nadie se habla con nadie. Que cuando alguien se va se celebra una fiesta y no necesariamente de despedida. Que a mi lado trabaja un auxiliar administrativo no funcionario (contratado por una de esas empresas fantasma de concesiones públicas) ganando 856 euros. Que tengo “compañeros” que ni saben como me llamo y sólo se dirigen a mí cuando necesitan algo… moza. Que el Gato de Sargadelos, cada vez que me ve me dice eso de: “no me olvido de lo tuyo”, y lo mío son las innumerables veces que en su despacho le he rogado, pedido, implorado, solicitado, invocado, instado, reclamado, llorado, suplicado y todos los sinónimos que se les ocurran, que me asigne más trabajo o en su defecto que me asigne al servicio dos plantas más arriba desbordado de trabajo.

No les cuento que quiero irme, largarme, huir, esconderme... que regalo mi plaza de funcionario de carrera al mejor postor.

P.D. Jeanne Moreau


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