lunes, febrero 01, 2010

V.O. (I)



De un tiempo a esta parte vivo en una mudanza permanente. Sin muebles, porque antes quiero pintar las paredes. Sin pintar las paredes, porque antes tienen que cambiarme las ventanas. Sin cambiarme las ventanas, porque me han dado un plazo mínimo de un mes para hacerlo. De este modo, yo, que soy el orden y la pulcritud personificadas vivo en el caos más absoluto, durmiendo con un colchón en el suelo, rodeada de cajas y con mis objetos más personales ocupando plaza en los lugares más insospechados. El ordenador sobre una silla, el televisor en el suelo, la ropa en maletas...

Confesaré que las visitas no son especialmente bien recibidas. Aunque ya se sabe que si hay confianza, da asco, no me importa demasiado en ese caso no tener sillas que ofrecer donde sentarse, porque siempre hay cerveza fría en la nevera. Pero los extraños, los ajenos, los 'pasaba por aquí', mejor se toman un tiempito de espera. No me apetece verlos pasearse entre zapatos y botes de pintura mal cerrados.

De este modo mantengo mi pequeño apartamento cerrado a cal y canto, persianas bajadas a salvo de miradas indiscretas, especialmente lejos de las de mi jovial vecina, aunque a veces hasta el celo más exacerbado resulta inútil. Y esta tarde acaba de ocurrirme lo peor...

Hace días tuve un pequeño problemilla con la calefacción, lo comenté con el portero y siguiendo sus atentas instrucciones, parece que le puse fin, al menos momentáneamente. Pero sólo lo parecía, porque esta tarde y sin motivos aparentes los radiadores comenzaron a escupir agua y mi única alternativa era enviar una llamada de socorro al portero, para que vía telefónica, al menos según mi intención, me indicase los pasos a seguir. Pero no, él diligentemente se ofreció a "subir" a pesar de mi insistencia de que no era necesario y con mi desesperación ante el escenario que se cernía sobre mí, y no, no era el agua anegando el parqué, porque mientras oía el ruido del ascensor ascendiendo y miraba a mi alrededor me percataba de que o le daba con la puerta en las narices o no me daría tiempo, ni con todo el del mundo, a imponer un mínimo orden que no me dejara en mal lugar.

Me temo que tras ese encuentro en la tercera fase nada volverá a ser igual entre portero e inquilina del quinto. Acabo de cruzarme con él en el supermercado de la esquina, y tras un "Hola, Dae", más entusiasta y menos educado de lo habitual, la mirada que me ha lanzado... no sé, no sabría como calificarla sin descalificarme a mí misma, porque lo que tuvo que ver el intrépido romano, empeñado en entrar habitación por habitación, palpando radiador a radiador, no le dejó bizco de milagro.



P.D. Y sí, ya sé que la mierda del Goear no funciona. Y disculpen las malas formas, pero ya he arruinado mi reputación.

Y sin embargo



Siempre me digo que utilizo esto para hablar conmigo misma. Para recordarme quién soy, hacia donde voy, de donde vengo y si por el camino yo conmigo misma me entretengo.

Pero no es cierto, o no del todo o no siempre. En realidad, demasiadas veces, cuento aquí lo que me gustaría contar en otro lado. La inoportunidad, el pudor, la desgana, el miedo o la cobardía provocan el trueque. Yo escribo aquí, donde tú no lo lees (tú o él o ella o ellos, qué poco importa el destinatario final). Y aunque también sea cierto que cuento ahí afuera, nunca es igual. Porque aquí soy yo, allí soy lo que tú crees que soy, y me temo que eso no siempre coincide.

Incluso es probable que me equivoque y él si esté al otro lado. Quizás ella llegó por casualidad o tú prometiste no volver a entrar y no has cumplido una promesa que nunca te pedí y sin embargo firmemente creí. De ser así podría ahorrarme el esfuerzo de las llamadas, los correos y las conversaciones pendientes. Utilizar esto como único medio de comunicación.

Y sin embargo, supongo que prefiero seguir disfrutando de un presunto anonimato que hace tiempo perdí. Mantener la ilusión de la desconocida o desconocido que desde el otro lado, de cuando en cuando, voluntariamente se asoma. Seguir creyendo que tú no vas a leer esto y que por tanto no reconocerás lo que encierran las palabras de Sabina. Puede que incluso ni te dieses por aludido. Pero ésa... es otra historia.



Haciendo a un lado al pasado



John Ford: “-Ava, ¿por qué no le cuentas al gobernador que has visto en este enano de sesenta kilos?.”

Ava Gardner: “-Bueno, sólo hay cinco kilos de Frank (Sinatra), pero ¡hay cincuenta y cinco kilos de polla!”.


P.D. A quién corresponda.

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