miércoles, julio 28, 2010

A veces, muchas, demasiadas; se me olvidan los títulos


La gente que me conoce, y me conoce bien; poquitas personas, pero haberlas haylas, y que sin embargo me quieren; no acaban de entender que hago yo aquí. Léase aquí: de funcionaria de medio pelo, ventanilla y vuelva usted mañana. Y si me tropiezo con alguien a quien no veo desde hace unos quince años, entonces ni les cuento lo mayúsculo de la sorpresa. Me halaga, hasta cierto punto, que todos consideren que esto se me queda pequeño o que creyeran que yo estaba destinada para alcanzar altas cumbres laborales y/o profesionales. Y como las preguntas siempre son inevitables, el por qué, el cómo, los motivos y las circunstancias; he acabado por escribirme un guión aprendido a fuerza de repetirlo; impostado en su mayor parte, todo hay que decirlo.

Lo que más repito es que llegué por casualidad, sin vocación, ni premeditación, ni alevosía. Es cierto, en parte. Desde luego ni tuve ni tengo vocación funcionarial, y les aseguro que existe. Nunca he creído en las casualidades y en todo caso aprobar una oposición exige como poco ciertas dosis de estudio; premeditación y alevosía por tanto. Pero en realidad era un plan C, un plazo de tiempo relativamente breve y un 'vamos a ver qué pasa' sin mucho convencimiento de que pasara algo; mezclado con muchas cruces pintadas de rojo en la geografía de las grandes capitales europeas (Madrid no es Europa). Casi sin darme cuenta me vi jurando o prometiendo mi cargo de funcionaria de carrera y tuve que elegir entre quedarme aquí con el nombramiento bajo el brazo, un exiguo sueldo, estabilidad laboral y horario presuntamente de ocho a tres (de lo que se presupone es la vida en la administración pública tendríamos para hablar largo rato) o seguir viviendo como hasta entonces; allá, aquí y entre medias en ningún lado, que francamente siempre ha sido lo que mejor se me ha dado; aunque paradójicamente no tuve dudas en elegir lo primero.

Y no dudé porque de repente tuve claro cuáles eran mis prioridades y qué futuro quería para mí. Futuro que por cierto no ha llegado (o yo no supe llegar a él), pero eso es otra historia. Así que sigo mintiendo, y no cuento, y no digo... porque la única vez que lo hice se lo tomaron a broma; no, tú no, tú no eres así, no te pega, no va contigo, tú no, qué sentido del humor... Y sigo dibujando un personaje a golpe de remiendos de rímmel y corazón.



P.D. Gerald Butler. Acabo de descubrir el concepto de 'hombre empotrable' , no recuerdo donde, voy saltando de un blog a otro, tirando del hilo, y acabo perdida. Si alguien reconoce la autoría del concepto, reivindíquelo.

Me ha gustado tanto lo de 'empotrable' que a partir de ahora cuando me pregunten cómo es mi hombre irreal ideal diré que tiene que ser empotrable, a la par que una mezcla entre salvaje y ñoñas; más salvaje que ñoñas, en todo caso; y esto se lo robo sin permiso a Nebroa, que sé que me perdonará. Además de un largo etcétera ya de mi autoría que no creo interese a nadie. Pero por si acaso, por si acaso interesa, digo; hombres empotrables y salvajes (y algo menos noñas) serían Gerald Butler, Javier Bardem  y obvio, Hugh Jackman. Bruce, claro está, pertenece a otra categoría, superior, única e intransferible. Aunque ahora que lo pienso, Hugh Jackman también.

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