lunes, noviembre 29, 2010

En ese compartimiento estanco de mi cerebro en permanente 'modo on', en la estantería inferior izquierda, esquina sueños chiquitos e inalcanzables e irrealizables e irreales e imposibles y ya saben, métanle ustedes todas las "i" que les plazcan; siempre son las cuatro y diez...

Dice Lapido (José Ignacio) que hay que poner mucha atención porque el cielo manda avisos en forma de delirios aunque a veces tengan forma de canción*







"¿Qué te parece que hoy desvelemos detalles de la verdad?
La bruja era guapa, el lobo era bueno, 
y del príncipe azul... no ha vuelto a saberse jamas".


"De sombras y sueños" de José Ignacio Lapido





Ha sido un fin de semana tan, tan raro... de ésos de querer huir de todo y esconderme, principalmente de mi misma, aunque sea tarea que cualquiera sabe que es imposible. Pero que a mí, inmersa en esta fase de olvido inducido, se me olvida. Así que cuando G. me pregunta si les acompaño al cine no lo dudo ni durante un instante, y hablando de esto y de lo otro (la exposición de Renoir que no se me puede escapar, el concierto del Loco del próximo viernes, la cena del trabajo y la comida con las ex-compañeras, y la otra cena y la de más allá, y otro montón de historias que nada tienen que ver con la gastronomía) ni siquiera se me ocurre preguntar qué película vamos a ver, porque es tal mi empeño de alejarme de la realidad, que ni me importa. Y sólo cuando se han apagado las luces y comienzan las primeras imágenes a desfilar por la pantalla pregunto que esto de qué va, y él me contesta que de marcianos.

Pues vale, pienso yo, y me acomodo en la butaca pensando que jamás pagaría por ir al cine a ver una peli de palomitas y marcianos, porque las primeras no me gustan y los segundos tampoco, que si al menos fueran selenitas, compatriotas, por tanto... Pero al mismo tiempo pienso que es perfecta, una película intranscendente con final feliz y muchos efectos y seguro que con una pareja de jóvenes y guapos y atléticos y atractivos que tardarán no más de diez minutos en convertirse en los superhéroes que salvarán al mundo mundial matando bichajos verdes a diestro y siniestro y siendo los casi únicos supervivientes. Y además sale David Zayas, el sargento Batista para los restos.

Que tal vez me olvide de todo, aunque sea durante escasas dos horas, y consiga frenar las ganas de descolgar el teléfono o de enviar un triste SMS y desear suerte o lo que sea adecuado en estos casos, aunque lo adecuado es el silencio, bien lo sé, y puede que debido a todo mi empeño en olvidar, lo único que se me olvide es mi don la de inoportunidad. Y además la película acaba siendo tal monumental despropósito que no son menos de cinco las veces que me siento tentada a levantarme e irme y si no lo hago es por no molestar al resto y tener que levantar a toda la fila, que mi sentido de la educación es igual de inoportuno. De modo que me paso hora y media con la vista fija en la pantalla y mi mente viaja un par de cientos de kilómetros hacia el sur, hacia otro escenario y otra banda sonora y vuelvo a recordar el concierto de los Whybirds en la sala Savoy de la noche anterior, del que (me) prometí hacer una crónica si en este blog hubiera talento.

Pero no puedo negar lo evidente, y de seguro que me encantaría ser capaz de hablar de otras cosas que no fueran yo misma, y hablar de música, de libros o de películas; de viajes que no sean de ida y vuelta y hacer crónicas de las vidas de otros más allá de la mía. Y lo intento, y me siento en esta mañana laboral de lunes ante la pantalla en blanco y me reitero, porque en cuatro párrafos todavía no he sido capaz de hacer mención alguna a la presumible crónica y las ideas que se me agolpan entre las manos y se deslizan sobre el teclado poco o nada tienen que ver con esos cuatro chicos que se subieron al escenario de la sala Savoy en Gijón la noche del viernes con puntualidad británica para presentar ese "Cold blue sky" más que recomendable, que llegaban de telonear el miércoles en Madrid a los "Drive by Truckers".

No sabría decir cuántas personas estábamos allí, al menos al inicio del concierto, que al final la sala ya había comenzado a llenarse con la inercia del viernes noche y la heterogénea fauna habitual del Savoy, aunque cuando como punto final hicieron un más que decente cover de 'Rosalita', nadie pareció ni inmutarse ni reconocer la canción. Bien por mí, yo sí la disfruté. En todo caso no habría más de 25 personas, y siendo generosa; un panorama absolutamente desolador pese a las ganas y el entusiasmo que le pusieron. Que imagino que llegarían a la conclusión que de tener que hacerlo, al menos disfrutar con el concierto y tocar para ellos mismos, porque lo que iba a ser tocar para los presentes, iba a ser que no, que de los más o menos 25, intuyo que sólo tres estábamos allí a lo que estábamos. Yo, me pongo en primer lugar, no vaya a olvidarme de mí; una pareja en la que era evidente que la chica estaba alli por su chico y su chico por los Whybirds; y otro, el otro.. El resto, acodados en la barra y sentados en sus respectivos taburetes mirando de refilón el escenario y a verlas venir. Je suis désolé...

Podría enumerar el set list, el entusiasmo del batería, la amabilidad de los cuatro y su tan bien repartido ego, que todos cantaban; que me llevé su disco a casa (creo que vendieron tres), la estupenda versión que hicieron de 'Rosalita' (que ya he mencionado), lo bien que sonó 'Rainwater', que me encanta, e hilar todas esas ideas que se supone deben componer una crónica. Pero no, no por falta de talento, que también; sino porque en realidad y pese a lo mucho que disfruté del concierto, sí, yo fui una de los tres que lo hizo, no puedo evitar que mi crónica particular derive hacia lo mismo, lo de siempre, a que te colocaste en un rinconcito de mi cabeza durante todo el concierto, en ese compartimiento estanco de mi cerebro en permanente modo on, en la estantería inferior izquierda, esquina sueños chiquitos e inalcanzables e irrealizables e irreales e imposibles y ya saben, métanle ustedes todas las "i" que les plazcan.

Y lo siento, lo siento mucho por la persona que me acompañaba, con la que compartí concierto, cervezas y cigarros. Porque sentí que me estaba comportando como una auténtica cabrona. Porque él no fue al concierto a disfrutar de él, ni siquiera fue por acompañarme, no... fue por mí, sólo por mí, que no es exactamente lo mismo, y probablemente de no ser por mí hubiese preferido estar en cualquier otro lugar, tal vez en la sala Acapulco, la del Casino, donde esa misma noche tocaba en el marco del Festival Edwin Moses, con una soberbia sección de viento, cuentan las crónicas, incluido un saxo barítono. Y mientras él, que no se lo merece, ni se lo merecía, estaba a mi lado, yo estaba a cientos de kilómetros pensando en ti. Y podría echarle la culpa a uno de los tres presentes no ausentes, a el otro, a ese chico moreno que apenas unos pasos más allá parecía disfrutar de veras, de verdad de la buena, del concierto. Como si necesitara excusas para olvidar que no te olvido y pudiese justificar ese recuerdo diciendo que él me recordaba a ti.

Porque sí, me recordaba a ti, aunque supongo que si lo hubiese mirado detenidamente no podría decir que en realidad os parecieseis tanto, o tal vez yo quise verlo así. Porque de seguro tenía la misma actitud que tú hubieses tenido, y probablemente ni siquiera era tan guapo o tal vez sí e incluso un poco más, o más alto o no tanto, e iba vestido como tú probablemente irías vestido esa noche en otro lugar y en otro concierto. Y supongo que ni siquiera él se percató del rato que pasé mirándolo sin verle, porque en realidad a quién veía era a otro, y tampoco hubiese sido justo, imagino, que llegase a pensar que tal vez le gustaba a esa chica que no dejaba de mirarle, porque en realidad no era él, no era por él...





[Y ahora tendría que sonar la canción* (in)oportuna, pero el condicional es lo que tiene,
así que me quedo con 'Girls in fire', que sonó más que estupendamente el viernes...]






P.D. Montgomery Clift

Related Posts with Thumbnails