viernes, enero 29, 2010

Getting blues




Tarde de domingo recién estrenada, sugus de cereza y un par de cervezas mediadas. El bip-bip anunciando un SMS a destiempo opacando a Lamontagne. Como hace tiempo que dejé de pretender ser original me siento junto al teléfono para conjurar que suene aunque haya decidido que yo no voy a llamar, nunca me ha gustado el camino más corto. Ciertamente no es que me importe que suene o no, casi preferiría que no lo hiciera, he pasado de quererlo compartido, al todo o nada, y del todo o nada, a no conformarme con nada. Hace tiempo que aprendí a vivir con menos que eso.


De supersticiones y otros demonios



Mi única experiencia paranormal la viví hace muchos años, ouija mediante. Aunque jurar, jure, por lo más preciado que tengo, que aquel vaso se movía sin que nadie lo tocara, no reconozco en mí secuelas del más allá. Y fíjense ustedes que semejante escenario hubiese sido más que probable, dadas las circunstancias. A saber, residencia estudiantil universitaria, monjil y exclusivamente femenina. Dos o tres de la madrugada cuando todas las ‘hermanas’ dormían plácidamente y nuestro exhibicionista particular y a domicilio ya había hecho su ronda (les aseguro que ver noche tras noche al mismo tipo masturbándose bajo tu ventana, pese o precisamente debido a, su descomunal miembro, llega a ser tremendamente aburrido). A alguien se le ocurre la idea de intercalar entre partidas de póker una “experiencia inolvidable y excitante, a partes iguales”, tales fueron sus palabras. Y no, no era escaparse por la ventana saltando la verja, que ésa de excitante, por repetida, no tenía nada.

Pero no soy supersticiosa, no creo en la suerte, menos aún en la mala, puedo pasar al lado de un gato negro sin cruzar los dedos o caminar bajo una escalera sin tocar madera. Sin embargo últimamente no puedo evitar plantearme “¿qué he hecho yo para merecer esto?”. Soy tan insignificante que no creo tener enemigos que me echen ‘mal de ojo’, tampoco tan mal pensada como para creer que alguna de las personas que me rodean últimamente sea gafe. El método de echarle la culpa de todo a los otros, a los demás, fue flor de un día y tampoco excesivamente efectivo. He llegado a pensar que tal vez deba aplicar los principios del “feng shui”, o que los anteriores inquilinos practicaban vudú o santería, creo haber reconocido un hueso de pollo haciendo limpieza en uno de los armarios. Tal vez se cometió un atroz asesinato entre esas cuatro paredes. Cualquier explicación, por irracional que sea, me sirve. Ya pueden comenzar a sucederme cosas ‘buenas’ o dejaré de ponerle velas a mi bendito Malverde.


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