lunes, julio 23, 2012

La Navidad, al menos la mía -tan lejana, la de todos- huele a Spekulatius. Todo el mundo lo sabe.




Trato de hallar la fórmula, la combinación perfecta. La mezcla adecuada entre la canela y el cardamomo, el jengibre y el clavo. Ensayo, prueba y error. Como las marshmallows, de Mercadona, of course, de mis demonios.

La repostería es ingrata. Como algunas mujeres. Aunque no todo se base en la apariencia, casi, quién lo diría.


El aroma de las fresias, las hortensias y las peonías marchitándose en la ventana se confunde con el de la pimienta y la nuez. ¿Acaso hay flores más hermosas? Supongo que si le preguntara diría que sí, los jazmines, tal vez los lirios; y sin duda las gardenias. Perfectas para lucir en el pelo en una noche cualquiera de verano. 


Pero aquí no hay verano, todo el mundo lo sabe.

Los cuatrocientos golpes...




Yo no quería saber, pero supe; y sí, eso lo escribió el joven Marías, pero lo cierto es que yo vivía feliz en mi ignorancia y nada más lejos de mi intención que salir de ella.

Los pesares no son menos penas si son compartidos. Yo no sé, no estaba allí, no vi ni oí, yo no supe. Incluso ahora yo no lo sé de cierto. Los secretos no dejan de serlo por ser contados. No quiero que me cuente, en ese guión no hay papel para mí. Si yo soy feliz sin saber dejemos que ella igualmente lo siga siendo.

Pero no puede quedarse callada, le pesa la culpa, no podrá mirarle a los ojos, será incapaz de compartir tiempo y espacio. Le gustaría saber de estar en su lugar.

Pero no está en su lugar. No sabe qué es lo que ella querría, lo que ella quiere. Yo por ejemplo elijo una vez más el no saber. Que él lo disfrutara, que a él le conviniera y le remordiera la conciencia I wish. Demasiadas veces estuve en el otro lugar y aprendí que nunca se quedan, que siempre regresan para poder volver a irse a dormir al mismo lado de la cama.


Y ahora yo ocupo el otro lado.



P.D. Shirley McLaine y Audrey Herpburn.

Ingredientes: Mucho y un poco de nada




Miro uno de esos blogs en los que mujeres perfectas con delantales almidonados posan en cocinas impecables ante toda suerte de dulces, galletas decoradas y cupcakes, que no magdalenas; asegurando que lo suyo no es el fondant, pero mostrando tartas de pisos infinitos con lazos, bucles, muñecas Barbie y Bobs Esponjas.

Aseguran ser seres normales, de carne y hueso, con oficio e hijos. Mujeres despeinadas y de manos enharinadas por más que una sólo vea una impecable manicura, un color de pelo que envidia tú el de Taylor Tomasi*, una Kitchen Aid reluciente y todo el catálogo de Lékué.

Afirman que los macarons no son tan difíciles, que el secreto está en tamizar, en el merengue italiano, en las proporciones, en la temperatura del horno, en el enfriado, en… Ensayo, prueba, error; que a la tercera va la vencida.

Y va a ser que no, o tal vez sí, que en eso consiste la vida... y no morir en el intento.








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