Tan lejos y tan cerca
Antonio, un nombre, un teléfono de cinco cifras, una dirección garabateada en una servilleta con manchas de mostaza (guardada entre las páginas de un libro de Galeano) y reproducida año tras año a finales del mes de diciembre en una nueva agenda. ¿durante cuántos años?, he perdido la cuenta, tres, tal vez cuatro, no creo que cinco… aún conservo la servilleta, pero ya no apunto insistentemente la dirección en un lugar preferente de la nueva libreta de direcciones que incomprensiblemente inauguro cada año.
El teléfono que me acerca el añorado acento, sus persistentes debilidades, la angustia y el llanto, sus estados de ánimo, sus secretos y deseos. Y decimos lo mismo de siempre, de la misma forma, utilizando las mismas palabras… nadie ha inventado modos o verbos mejores.
Y nos reímos de nosotros, y juramos y prometemos sabiendo bien que ciertas promesas siempre pasarán por delante de nuestra puerta sin dignarse a llamar. Confrontarnos nuestras neurosis y él confiesa el descubrimiento de una nueva cana. Yo me he cortado el pelo...
0 perdidos en el laberinto:
Publicar un comentario