Ciencias o letras
Cuando yo estudiaba el extinto B.U.P. todo era muy simple, eras de ciencias o de letras. Los exiliados de las matemáticas no dudaban ni un segundo en su elección y a los demás nos aleccionaban con la manida frase "esa carrera no tiene salida" para tratar de orientarnos. El catálogo de carreras que ofrecía mi pequeña ciudad del norte era moderadamente limitado y curiosamente, la mayoría de esas no way out eran carreras de letras.
A mí se me daban bien las matemáticas, la física, la química, y además, me gustaban. Pero también me sentía atraída por la historia, la geografía, el arte o la literatura, incluso el latín, aun recito de memoria amo, amas, amare, amavi, amatum y demás. Y creo que esta última inclinación era más fuerte. Pero ni modo, tu capacidad, intelectual, se desperdiciaría en una carrera como Historia del arte, Filosofía o Filología. Circulaba entonces la idea, al menos circulaba en mi colegio (de monjas), que las carreras de letras competían en la segunda división de la enseñanza y que una media de sobresaliente estaba destinada a la ciencia. Sin mucha convicción y menos vocación, vocación que a día de hoy sigo sin encontrar, acabé matriculándome en una de esas carreras técnicas y modernas. Lo único que tenía claro es que tras el COU quería ir a la universidad, vivir fuera (de casa de mis padres) y recorrer el mundo, sin olvidar de hacerme la promesa de que algún día en un incierto futuro estudiaría una de esas "inútiles carreras", tal vez filosofía o filología árabe.
La promesa, como buena promesa, se me olvidó bien pronto, tan ocupada como estaba en organizar mi vida fuera, las clases en la universidad y recorrer el mundo, al menos una pequeña parte de él, al margen de la agotadora tarea de convencer a mis compañeros de pupitre, mayoritariamente hombres, que yo podía ser tan mona como las estudiantes de derecho. La facultad de derecho era el centro neurálgico del ligoteo y todo futuro ingeniero que aspirara a serlo tenía que echarse una novieta (o dos o las que pudiera) entre sus monísimas y siempre impecables estudiantes. No lo conseguí, yo siempre fui la colega, y me resigné a compartir juergas y partidas de mus en la cafetería de la vecina (y rival) Escuela de Marina Civil, en nuestra escuela se habían prohibido los juegos de cartas.
Años después recuperé la idea y sistemáticamente año tras año ocupaba un lugar preferente en mi lista de propósitos de año nuevo, y mi año nuevo siempre comienza en septiembre, como cuando era chica y ese mes era el del la vuelta al cole.
Este pasado otoño la idea fue fiel y puntual a su cita anual, y ostenta sino el primero creo que el segundo puesto de la lista de propósitos destinada al olvido. He decidido firmemente llevarla a la práctica, para algo sirve la UNED, ¿no?.
La vaina ahora consiste en decidir qué carrera estudiar, o más que estudiar, en qué carrera matricularme, que lo de estudiar está por ver. Me fui derechita a la página web de la Universidad a distancia y al margen de lo poco clara y engorrosa que resulta, primera decepción, la oferta de titulaciones tiende a ser bastante escasa. Pese a todo, estoy decidida. ¿Filosofía?. Tal vez Políticas.
A mí se me daban bien las matemáticas, la física, la química, y además, me gustaban. Pero también me sentía atraída por la historia, la geografía, el arte o la literatura, incluso el latín, aun recito de memoria amo, amas, amare, amavi, amatum y demás. Y creo que esta última inclinación era más fuerte. Pero ni modo, tu capacidad, intelectual, se desperdiciaría en una carrera como Historia del arte, Filosofía o Filología. Circulaba entonces la idea, al menos circulaba en mi colegio (de monjas), que las carreras de letras competían en la segunda división de la enseñanza y que una media de sobresaliente estaba destinada a la ciencia. Sin mucha convicción y menos vocación, vocación que a día de hoy sigo sin encontrar, acabé matriculándome en una de esas carreras técnicas y modernas. Lo único que tenía claro es que tras el COU quería ir a la universidad, vivir fuera (de casa de mis padres) y recorrer el mundo, sin olvidar de hacerme la promesa de que algún día en un incierto futuro estudiaría una de esas "inútiles carreras", tal vez filosofía o filología árabe.
La promesa, como buena promesa, se me olvidó bien pronto, tan ocupada como estaba en organizar mi vida fuera, las clases en la universidad y recorrer el mundo, al menos una pequeña parte de él, al margen de la agotadora tarea de convencer a mis compañeros de pupitre, mayoritariamente hombres, que yo podía ser tan mona como las estudiantes de derecho. La facultad de derecho era el centro neurálgico del ligoteo y todo futuro ingeniero que aspirara a serlo tenía que echarse una novieta (o dos o las que pudiera) entre sus monísimas y siempre impecables estudiantes. No lo conseguí, yo siempre fui la colega, y me resigné a compartir juergas y partidas de mus en la cafetería de la vecina (y rival) Escuela de Marina Civil, en nuestra escuela se habían prohibido los juegos de cartas.
Años después recuperé la idea y sistemáticamente año tras año ocupaba un lugar preferente en mi lista de propósitos de año nuevo, y mi año nuevo siempre comienza en septiembre, como cuando era chica y ese mes era el del la vuelta al cole.
Este pasado otoño la idea fue fiel y puntual a su cita anual, y ostenta sino el primero creo que el segundo puesto de la lista de propósitos destinada al olvido. He decidido firmemente llevarla a la práctica, para algo sirve la UNED, ¿no?.
La vaina ahora consiste en decidir qué carrera estudiar, o más que estudiar, en qué carrera matricularme, que lo de estudiar está por ver. Me fui derechita a la página web de la Universidad a distancia y al margen de lo poco clara y engorrosa que resulta, primera decepción, la oferta de titulaciones tiende a ser bastante escasa. Pese a todo, estoy decidida. ¿Filosofía?. Tal vez Políticas.
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