Cortar o no cortar
Hay gente que posee una personalidad arrolladora, una gran simpatía o simplemente encanto. Otras, a lo Barbara Streisand poseemos una característica física que en ocasiones llega a anularnos por completo.Hay quien dice que la nariz de Barbara Streisand lo dice todo acerca de su persona, y la susodicha debe opinar lo mismo, porque hace gala de ella orgullosamente y aprovecha todas las oportunidades que se le presentan para presentar su perfil en las fotos.En todo caso a mí francamente la Streisand me parece una petarda, como cantante y no digamos como actriz. Ni en “Tal como éramos” la perdono. No quiero hablar de ella, ni de su hermosa nariz judía, que sin duda lo es, sino de mí, o para ser más exactos de mi pelo. Que viene a ser lo que la nariz a Mr. Streisand. O más bien venía a ser, porque me lo corté.
Yo tenía un pelo absolutamente indomable, y como siempre he pensado que la naturaleza es sabia, la dejé hacer. Quiero decir que tenía una larga melena, rizada y de color impreciso que dependiendo de mis cambios de humor oscilaba entre castaño-rubio-pelirrojo. En más de una ocasión escuché: “no te cortes jamás el pelo, no cambies de peinado, dejarás de ser tú”. Y sin creérmelo del todo hacía caso, no fuera a convertirme en Sansón.Pero un buen día me apeteció cortarme el pelo. Cortármelo de verdad, a lo garçon, que dirían los pedantes. Así que me senté frente a Manolo, el peluquero al que semanalmente acude mi hermana y yo muy esporádicamente, y le dije que quería “cortar”. Él se horrorizó y no cortó. O bueno, sí, pero sólo un poco, y salí de allí con una media melena ridícula.Cuando llegué a casa recordé que una de mis compañeras de trabajo siempre presumía de cortarse y teñirse el pelo ella misma en casa, y fuera cierto o no, tiene un corte impecable y su rubio, aunque de bote, parece natural. Si ella puede, yo también. Y cogí las tijeras. El desaguisado me llevó directamente a la peluquería, a otra peluquería, me daba literalmente vergüenza que me vieran con ese aspecto en mi peluquería nohabitual y finalmente si conseguí cortarme el pelo. No había más alternativa.
No sólo no perdí la fuerza, sino que me encontré increíblemente guapa, diferente, cambiada, más joven. Alguien me dijo que parecía tener quince años, cuando tenía exactamente el doble.Aquel cambio fue exactamente hace un año. Tuve que someterme a la rutina de visitar todos los meses la peluquería o incluso cada tres semanas porque mi pelo crece a una velocidad endiablada y lo cierto es que aunque me sigo gustando en el espejo cada vez que me cruzo con una melena pienso, yo tenía una así, al menos los fines de semana y fiestas de guardar, que era cuando la soltaba a lo leona de la Metro, mientras que los laborables tenía un estilo más Elena de Borbón, una mujer a su larga trenza pegada. Desde que lo descubrí yo también me hice incondicional de ese peinado.
Y ahora viene mi dilema. Hace dos meses que no me corto el pelo. Me ha dado por dejarlo crecer. Me temo que me esperan por delante meses de tortura hasta tener un aspecto medianamente decente a pesar de la rapidez que se da mi pelo en crecer. Quiero tenerlo largo, pero me gusta más como me queda corto. Quiero que me crezca, pero no me gusta mi aspecto mientras lo hace (sí, las extensiones son una opción, pero no me convence). Y entre tanta duda ya he vuelto a pedir cita en la peluquería.
P.S. Manolo, el peluquero, de cuando en cuando se transforma en Nel, y se pone al frente de la Col.la Propinde (léase "cochá"), ya puestos a promocionar el folklore local...
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