Todo es muy elástico
Bienvenido al maravilloso mundo de la administración local, autonómica o estatal, que en nada se diferencian si exceptuamos el sueldo y el nombre, y a su pequeño muestrario de horrores.
Sus horarios de 8 a 3 que nadie parece cumplir, aunque yo me pase más de una tarde (y de dos y de tres allí), sus señores directores generales y secretarias de despacho, con sus altos cargos eminentemente masculinos y sus subalternos mayoritariamente femeninos, con los asesores y puestos de confianza ocupados por los tíos, primos, sobrinos y allegados del consejero de turno, esos colegas y sin embargo nunca amigos con los que tienes que sortear las vacaciones de verano antes que ceder y tratar de llegar a un acuerdo en el reparto de las fechas, los sindicatos y su seguiremos informando, más ocupados en descalificarse unos a otros que en resolver los posibles conflictos, sin olvidarnos por supuesto de los compañeros liberados, los sindicaleros, como los llama una colega y sin embargo amiga, los jefes y jefecillos, que haberlos haylos en contra de la creencia general de que los funcionarios no tenemos jefe, y aunque tú no te lo creas dan órdenes y de cuando en cuando te gritan o te cuelgan el teléfono exigiéndote que un determinado expediente debe estar sobre su mesa antes de las nueve de la mañana. Cierto es que muy probablemente llegadas las nueve de la mañana ni se acuerde de que te lo ha pedido puesto que la persona que a él le exigió tenerlo sobre su mesa a las nueve y cuarto, tal vez un Jefe de servicio, al que a su vez le exigió, pongamos un Director general para las nueve y veinte que a su vez fue requerido por la Secretaria del Consejero para las nueve y veintitrés minutos estará reunido discutiendo acerca de nada o tal vez ya disfrutando de su media hora de café, irrenunciable y sagrada, oficialmente a las once, pero que debe ser muy elástica, como le gusta decir a la madre coraje. Que para ella todo es muy elástico, lo divino y lo humano.
Pero por encima de todos estos y de alguno que otro que se me olvida yo destacaría a las operarias de servicio, todo hay que decirlo, por su mala leche, literal y figurada.
En mi centro de trabajo son envidiadas por todas y todos. A saber, tienen un horario ridículo que ellas se encargan de recortar a la hora de entrada y salida, reduciéndolo a un máximo de cuatro horas diarias y no dan palo al agua, que se lo pregunten a las sufridas mangas y puños de mis camisas, o a las arañas que campan alegremente en hermosas telarañas en las cuatro esquinas de todos y cada uno de los cuartos. Eso sí, siempre tienen a mano un ambientador con olor a mandarina que a mí me produce unas tremendas ganas de comer naranjas, y parecería que a lo único que se dedican es a pasearse con el spray en una mano y la fregona en la otra perfumando y perfumándonos. Afortunadamente son escasos esos momentos, porque de esas digamos cuatro horas de estancia en el centro, de trabajo efectivo resultará sólo una hora y media. Será que necesitan al menos una hora para cambiarse y otra para descambiarse de ropa, sin olvidar que la media hora del café es irrenunciable.
Desde un principio yo me sentí irresistiblemente atraída, por oscuras razones (hoy tendré el placer de escuchar de nuevo a Ángel González) hacia su cuarto. Intuía, y no me equivocaba, que allí debía haber algo, ¿A qué se dedicaban cuando se la pasaban allí encerradas?, ¿por qué prácticamente todo el personal del edificio se pasaba la mañana entrando y saliendo de allí?. Un buen día decidí dar el paso y llamé tímidamente a su puerta, me hicieron pasar amablemente, en honor a la verdad en hospitalidad nadie les gana.
Su cuarto parecía el Mercadona, con un completo surtido de bebida y comida. Vino, sidra, cerveza (¿alcohol en el centro y horario de trabajo?), agua y refrescos, café siempre caliente (no preguntes si recalentado ni en qué día está hecho y por supuesto ni se te ocurra mirar la caducidad del brick de leche), convenientemente servido en unas tazas de plástico amarillo, que a mí me dan un yuyu… afortunadamente yo no bebo café, por lo que mi declinación es sincera. Pastas, bombones, pasteles, tartas, restos de celebraciones varias, cumpleaños, santos, bodas, bautizos y comuniones, nacimientos de nietos y sobrinos, jubilaciones. Despliegan un fervor desaforado en todo tipo de celebraciones y tienen un enorme calendario colgado en una pared exclusivamente destinado a anotar este tipo de eventos. Por mi parte a mí aún no han conseguido sacarme ni mi edad ni fecha de nacimiento.En época de castañas organizan auténticos amagüestos asando las castañas en un hornillo multiusos que lo mismo sirve para recalentar el café como para freír el hígado (encebollado, y ahora acabo de darme cuenta del por qué de ese uso continuado y abusivo del ambientador con olor a mandarina) que a alguien le ha regalado a la cuñada del primo de la vecina del cuarto que hizo la tradicional matanza de San Martín en la aldea. Y si el hornillo se estropea siempre hay soluciones imaginativas y alternativas, que yo aún no me he repuesto de la visión de una cazuela de barro con morcilla matachana al calor del radiador. Todo ello hay que añadir convenientemente aromatizado con lejía, Pronto, decapante, ambientador de mandarina y diversos productos de limpieza. Porque no sólo el hornillo es multiusos, sino también el cuarto. Almacén, taquillas y buffet libre en un mismo espacio y a un tiempo. Cuarto de la plancha, en alguna ocasión se han traído la colada de casa, plancha incluida, y se montan en un plis plas una servicio de planchado, tentada estoy de llevarles mi ropa.
Más habitual es el servicio de manicura y peluquería. Como a veces debe fallar el despertador y no debe darles tiempo a alisarse el pelo en casa allí se llevan los bártulos y a la hora que tardan en cambiarse le arañan unos minutos para peinarse y estar debidamente presentables, que nunca se sabe a quién van a encontrarse por los pasillos. Intuyo yo que a poca gente pues los pisan más bien poco.Qué añadir, a mí ya no me sorprende nada después de encontrarme a una haciéndose la cera, sí, depilándose las piernas. Ver para creer.
Yo no suelo participar de sus celebraciones y declino sistemáticamente sus invitaciones, lo único que bebo es de mi botella de litro y medio de agua, pero me gusta visitarlas al menos una vez por semana, para secuestrarles cierta revista de tirada semanal, que no nombraré aquí, el último de mis vicios vergonzosos e inconfesables.
Cuando hoy acudí puntualmente a mi cita de todos los jueves las encontré especialmente alteradas y en reunión asamblearia. Como medida de presión para reivindicar no se qué estaban decidiendo, por unanimidad, que se limitarían a ¿limpiar? (digamos perfumar) exclusivamente los pasillos por donde pasan los usuarios y no debajo de nuestras mesas y sillas, eso es de nuestra competencia, que todo es muy elástico.Para V., la madre coraje.... por cierto, mi cumpleaños es el 13 de junio.
Sus horarios de 8 a 3 que nadie parece cumplir, aunque yo me pase más de una tarde (y de dos y de tres allí), sus señores directores generales y secretarias de despacho, con sus altos cargos eminentemente masculinos y sus subalternos mayoritariamente femeninos, con los asesores y puestos de confianza ocupados por los tíos, primos, sobrinos y allegados del consejero de turno, esos colegas y sin embargo nunca amigos con los que tienes que sortear las vacaciones de verano antes que ceder y tratar de llegar a un acuerdo en el reparto de las fechas, los sindicatos y su seguiremos informando, más ocupados en descalificarse unos a otros que en resolver los posibles conflictos, sin olvidarnos por supuesto de los compañeros liberados, los sindicaleros, como los llama una colega y sin embargo amiga, los jefes y jefecillos, que haberlos haylos en contra de la creencia general de que los funcionarios no tenemos jefe, y aunque tú no te lo creas dan órdenes y de cuando en cuando te gritan o te cuelgan el teléfono exigiéndote que un determinado expediente debe estar sobre su mesa antes de las nueve de la mañana. Cierto es que muy probablemente llegadas las nueve de la mañana ni se acuerde de que te lo ha pedido puesto que la persona que a él le exigió tenerlo sobre su mesa a las nueve y cuarto, tal vez un Jefe de servicio, al que a su vez le exigió, pongamos un Director general para las nueve y veinte que a su vez fue requerido por la Secretaria del Consejero para las nueve y veintitrés minutos estará reunido discutiendo acerca de nada o tal vez ya disfrutando de su media hora de café, irrenunciable y sagrada, oficialmente a las once, pero que debe ser muy elástica, como le gusta decir a la madre coraje. Que para ella todo es muy elástico, lo divino y lo humano.
Pero por encima de todos estos y de alguno que otro que se me olvida yo destacaría a las operarias de servicio, todo hay que decirlo, por su mala leche, literal y figurada.
En mi centro de trabajo son envidiadas por todas y todos. A saber, tienen un horario ridículo que ellas se encargan de recortar a la hora de entrada y salida, reduciéndolo a un máximo de cuatro horas diarias y no dan palo al agua, que se lo pregunten a las sufridas mangas y puños de mis camisas, o a las arañas que campan alegremente en hermosas telarañas en las cuatro esquinas de todos y cada uno de los cuartos. Eso sí, siempre tienen a mano un ambientador con olor a mandarina que a mí me produce unas tremendas ganas de comer naranjas, y parecería que a lo único que se dedican es a pasearse con el spray en una mano y la fregona en la otra perfumando y perfumándonos. Afortunadamente son escasos esos momentos, porque de esas digamos cuatro horas de estancia en el centro, de trabajo efectivo resultará sólo una hora y media. Será que necesitan al menos una hora para cambiarse y otra para descambiarse de ropa, sin olvidar que la media hora del café es irrenunciable.
Desde un principio yo me sentí irresistiblemente atraída, por oscuras razones (hoy tendré el placer de escuchar de nuevo a Ángel González) hacia su cuarto. Intuía, y no me equivocaba, que allí debía haber algo, ¿A qué se dedicaban cuando se la pasaban allí encerradas?, ¿por qué prácticamente todo el personal del edificio se pasaba la mañana entrando y saliendo de allí?. Un buen día decidí dar el paso y llamé tímidamente a su puerta, me hicieron pasar amablemente, en honor a la verdad en hospitalidad nadie les gana.
Su cuarto parecía el Mercadona, con un completo surtido de bebida y comida. Vino, sidra, cerveza (¿alcohol en el centro y horario de trabajo?), agua y refrescos, café siempre caliente (no preguntes si recalentado ni en qué día está hecho y por supuesto ni se te ocurra mirar la caducidad del brick de leche), convenientemente servido en unas tazas de plástico amarillo, que a mí me dan un yuyu… afortunadamente yo no bebo café, por lo que mi declinación es sincera. Pastas, bombones, pasteles, tartas, restos de celebraciones varias, cumpleaños, santos, bodas, bautizos y comuniones, nacimientos de nietos y sobrinos, jubilaciones. Despliegan un fervor desaforado en todo tipo de celebraciones y tienen un enorme calendario colgado en una pared exclusivamente destinado a anotar este tipo de eventos. Por mi parte a mí aún no han conseguido sacarme ni mi edad ni fecha de nacimiento.En época de castañas organizan auténticos amagüestos asando las castañas en un hornillo multiusos que lo mismo sirve para recalentar el café como para freír el hígado (encebollado, y ahora acabo de darme cuenta del por qué de ese uso continuado y abusivo del ambientador con olor a mandarina) que a alguien le ha regalado a la cuñada del primo de la vecina del cuarto que hizo la tradicional matanza de San Martín en la aldea. Y si el hornillo se estropea siempre hay soluciones imaginativas y alternativas, que yo aún no me he repuesto de la visión de una cazuela de barro con morcilla matachana al calor del radiador. Todo ello hay que añadir convenientemente aromatizado con lejía, Pronto, decapante, ambientador de mandarina y diversos productos de limpieza. Porque no sólo el hornillo es multiusos, sino también el cuarto. Almacén, taquillas y buffet libre en un mismo espacio y a un tiempo. Cuarto de la plancha, en alguna ocasión se han traído la colada de casa, plancha incluida, y se montan en un plis plas una servicio de planchado, tentada estoy de llevarles mi ropa.
Más habitual es el servicio de manicura y peluquería. Como a veces debe fallar el despertador y no debe darles tiempo a alisarse el pelo en casa allí se llevan los bártulos y a la hora que tardan en cambiarse le arañan unos minutos para peinarse y estar debidamente presentables, que nunca se sabe a quién van a encontrarse por los pasillos. Intuyo yo que a poca gente pues los pisan más bien poco.Qué añadir, a mí ya no me sorprende nada después de encontrarme a una haciéndose la cera, sí, depilándose las piernas. Ver para creer.
Yo no suelo participar de sus celebraciones y declino sistemáticamente sus invitaciones, lo único que bebo es de mi botella de litro y medio de agua, pero me gusta visitarlas al menos una vez por semana, para secuestrarles cierta revista de tirada semanal, que no nombraré aquí, el último de mis vicios vergonzosos e inconfesables.
Cuando hoy acudí puntualmente a mi cita de todos los jueves las encontré especialmente alteradas y en reunión asamblearia. Como medida de presión para reivindicar no se qué estaban decidiendo, por unanimidad, que se limitarían a ¿limpiar? (digamos perfumar) exclusivamente los pasillos por donde pasan los usuarios y no debajo de nuestras mesas y sillas, eso es de nuestra competencia, que todo es muy elástico.Para V., la madre coraje.... por cierto, mi cumpleaños es el 13 de junio.
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