Pero no se lo digas a nadie, una tiene que mantener su imagen
Es lo que “toca”, ¿no?, un post pre-navideño enumerando los numerosos motivos por los que una odia la Navidad. Porque eso es lo políticamente correcto, odiarla. ¿Acaso hay alguna persona de bien que no encuentre terriblemente falsa, hipócrita y deprimente esta porción de año que se nos viene encima? Pues yo señores levanto tímidamente la mano…
Supongo que a la pose estudiadamente atormentada de la que hago gala en los últimos tiempos le va más un rechazo irracional a las fiestas navideñas, pues no, me gusta la Navidad, con todas sus consecuencias. Tal vez uno de los motivos sea proceder de una familia apegada a las tradiciones, grande y dispersa para la que casi cualquier excusa es válida para reunirse. Lo de menos es que acabada la cena de Nochebuena ya no haya mucho que decirse puesto todo lo que se debía y no se debía transmitir, especialmente esto último, ya se ha dicho, las más de las veces a gritos. Pero eso pasa hasta en las mejores familias y forma parte de su encanto.
Para mí Navidad es sinónimo de volver a casa como en el anuncio de turrón, para encontrarse con la familia, con esos sobrinos casi irreconocibles con lo que han crecido desde la última vez que los viste en verano. Sinónimo de encontrarse con los amigos que no has visto en todo un año, exactamente desde las Navidades pasadas, exiliados también ellos en los lugares más remotos, los más ¿afortunados? Madrid, tal vez Barcelona, el más alejado, ex becario ICEX, Ciudad del Cabo. Equivale a kilos de más, sobredosis de azúcar y alcohol, a promesas y propósitos de año nuevo pulcramente escritos a mano en una libreta de tapas duras y espiral que nadie va cumplir, aunque eso sea lo de menos, que al fin y al cabo yo no fumo ni nunca me pongo a dieta, me permito la licencia de huir de los tópicos.
Por gustar hasta me gusta todo ese hortera enramado de luces navideñas, aunque por momentos me asalta la conciencia la idea de que supone un auténtico despilfarro energético inútil, absurdo y reitero hortera, pero sólo por momentos, porque la ciudad hace uso (y abuso) de ese mismo alumbrado en las fiestas patronales y en otros varios momentos festivos a lo largo del año, me reservo mis críticas para entonces.
Que los centros comerciales se conviertan en lugares impracticables con atascos kilométricos en sus accesos y en sus cajas donde el deporte rey sea la caza y captura de regalos no es problema. Yo no hago regalos en Navidad (ni recibo), los regalos están desterrados de mis celebraciones navideñas. Aunque frecuentar un centro comercial en los días vísperas de Reyes (cada vez más de Nochebuena) sea un buen entrenamiento para lo verdaderamente importante, las rebajas, que esperan agazapadas a que se apaguen las luces navideñas, y es entonces donde hay que jugarse los cuartos y el tipo.
No olvido los villancicos, algunos tremendamente inquietantes, véase el ejemplo de “hacia Belén va una burra cargada de chocolate”, pero tras toda una infancia y adolescencia en un colegio de monjas con representación navideña anual en la que hasta una vez hice de Virgen María, el papel estrella como es de suponer, una ha conseguido tener un buen repertorio y a algunos hasta les ha cogido el gusto. Especialmente a ése que cantaba Víctor Manuel en los tiempos en los que le dedicaba canciones a Franco y ya ha llovido desde entonces. Pero al margen de villancicos populares y no tan populares, hasta el mismísimo The Boss (Bruce para los amigos) ha versioneado el Santa Claus is coming to town, siempre se puede echar mano de Haendel, Bach o Rimsky Korsakoff, que queda más elegante, sin olvidar que el día de año nuevo es cita obligada La 2 y el concierto de Año Nuevo desde Viena.
Y podría seguir así, indefinidamente hablando de la cantidad de cosas buenas que tienen estas entrañables fechas, lo mucho que me gusta desterrar a todo el mundo de la cocina el día de Nochebuena y cocinar, sin ser buena cocinera pero apañada, para todo el mundo. O ese glorioso 22 de diciembre en el que algunos afortunados pasarán a mejor vida, aunque yo de lotería no gaste. Pero tengo que ser sincera, porque de lo que yo quería era hablar de lo que precisamente odio de la Navidad, y no digo que no me guste, sino que odio, utilizando el verbo "odiar" consecuentemente. Pero hoy hace un día espléndido, demasiado hermoso para malgastarlo enumenrando mi pequeña lista de fobias navideñas. Eso mejor mañana...
Supongo que a la pose estudiadamente atormentada de la que hago gala en los últimos tiempos le va más un rechazo irracional a las fiestas navideñas, pues no, me gusta la Navidad, con todas sus consecuencias. Tal vez uno de los motivos sea proceder de una familia apegada a las tradiciones, grande y dispersa para la que casi cualquier excusa es válida para reunirse. Lo de menos es que acabada la cena de Nochebuena ya no haya mucho que decirse puesto todo lo que se debía y no se debía transmitir, especialmente esto último, ya se ha dicho, las más de las veces a gritos. Pero eso pasa hasta en las mejores familias y forma parte de su encanto.
Para mí Navidad es sinónimo de volver a casa como en el anuncio de turrón, para encontrarse con la familia, con esos sobrinos casi irreconocibles con lo que han crecido desde la última vez que los viste en verano. Sinónimo de encontrarse con los amigos que no has visto en todo un año, exactamente desde las Navidades pasadas, exiliados también ellos en los lugares más remotos, los más ¿afortunados? Madrid, tal vez Barcelona, el más alejado, ex becario ICEX, Ciudad del Cabo. Equivale a kilos de más, sobredosis de azúcar y alcohol, a promesas y propósitos de año nuevo pulcramente escritos a mano en una libreta de tapas duras y espiral que nadie va cumplir, aunque eso sea lo de menos, que al fin y al cabo yo no fumo ni nunca me pongo a dieta, me permito la licencia de huir de los tópicos.
Por gustar hasta me gusta todo ese hortera enramado de luces navideñas, aunque por momentos me asalta la conciencia la idea de que supone un auténtico despilfarro energético inútil, absurdo y reitero hortera, pero sólo por momentos, porque la ciudad hace uso (y abuso) de ese mismo alumbrado en las fiestas patronales y en otros varios momentos festivos a lo largo del año, me reservo mis críticas para entonces.
Que los centros comerciales se conviertan en lugares impracticables con atascos kilométricos en sus accesos y en sus cajas donde el deporte rey sea la caza y captura de regalos no es problema. Yo no hago regalos en Navidad (ni recibo), los regalos están desterrados de mis celebraciones navideñas. Aunque frecuentar un centro comercial en los días vísperas de Reyes (cada vez más de Nochebuena) sea un buen entrenamiento para lo verdaderamente importante, las rebajas, que esperan agazapadas a que se apaguen las luces navideñas, y es entonces donde hay que jugarse los cuartos y el tipo.
No olvido los villancicos, algunos tremendamente inquietantes, véase el ejemplo de “hacia Belén va una burra cargada de chocolate”, pero tras toda una infancia y adolescencia en un colegio de monjas con representación navideña anual en la que hasta una vez hice de Virgen María, el papel estrella como es de suponer, una ha conseguido tener un buen repertorio y a algunos hasta les ha cogido el gusto. Especialmente a ése que cantaba Víctor Manuel en los tiempos en los que le dedicaba canciones a Franco y ya ha llovido desde entonces. Pero al margen de villancicos populares y no tan populares, hasta el mismísimo The Boss (Bruce para los amigos) ha versioneado el Santa Claus is coming to town, siempre se puede echar mano de Haendel, Bach o Rimsky Korsakoff, que queda más elegante, sin olvidar que el día de año nuevo es cita obligada La 2 y el concierto de Año Nuevo desde Viena.
Y podría seguir así, indefinidamente hablando de la cantidad de cosas buenas que tienen estas entrañables fechas, lo mucho que me gusta desterrar a todo el mundo de la cocina el día de Nochebuena y cocinar, sin ser buena cocinera pero apañada, para todo el mundo. O ese glorioso 22 de diciembre en el que algunos afortunados pasarán a mejor vida, aunque yo de lotería no gaste. Pero tengo que ser sincera, porque de lo que yo quería era hablar de lo que precisamente odio de la Navidad, y no digo que no me guste, sino que odio, utilizando el verbo "odiar" consecuentemente. Pero hoy hace un día espléndido, demasiado hermoso para malgastarlo enumenrando mi pequeña lista de fobias navideñas. Eso mejor mañana...
2 perdidos en el laberinto:
Vengo a comentar algo que no tiene nada que ver con el post, pero no tengo más remedio que hacerlo.
Ayer me acordé de tí, Dae. Estuve de compras navideñas, y antes de coger el autobús de vuelta, pasé por Blanco. Y ví....los famosos birkins de pega. Le dije a la dependienta que me bajase uno en color blanco, para verlo de cerca (yo es que soy bajita y no le llegaba), y que decepción. Fatal hechos, peor rematados, un plástico de calidad ínfima, con marcas y huellas de mil cosas. Nada, que allí se quedó.
Tenía usted todita la razón....me compraré un bolso en cualquier otro sitio, de marca x, pero con fundamento. Un besito.
Es que cuando una tiene razón, tiene razón... decir que son horrorosos es poco.
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