"Tan inmenso
era el frío en la ciudades
que algunos sabían que no era locura [...]"
Leopoldo María Panero
Veía Callejeros en Cuatro, un programa de los viernes por la noche, una especie de documental, como esos de la 2 que todos aseguran ver en las encuestas. Me gusta porque huye de la moral y de la estética. Un reportero cámara en mano se adentra por igual en el barrio de las 3.000 viviendas en Sevilla o en la Cañada Real en Madrid, como en las casas (de lujo) que se alquilan para los rodajes de películas y series o en los inmuebles en venta más costosos de España, sin hacer preguntas ni juicios de valor, mostrando miserias propias y ajenas, realidades que al menos a mí me resultan del todo lejanas. Es fácil mirar para otro lado, evitar los extrarradios o simplemente cambiar de acera.
Sobre una colcha que parece de satén, en un tono que roza sin alcanzarlo el fucsia, se sienta y mira a la cámara cruzando las piernas enfundadas en unas medias electrizantes, una cuasi adolescente que probablemente sea menor de edad. Sonríe forzadamente y evoca un acento que no consigo ubicar, tal vez es checa o polaca, no creo que rumana. Rubia, demasiado pálida y de aspecto frágil. Trabaja en un burdel de carretera en el Sur. Dice que es pequeño, no más de veinte chicas, que no vino engañada, que sus padres no saben a que se dedica, que tiene un novio, que en unos pocos años se retirará. No le gustan los españoles, son demasiado ruidosos, algunos de ellos muy sucios, alude a la falta de higiene de sus clientes y al exceso de alcohol que en ocasiones los hace intratables. Mantiene el mito de que muchos de los hombres que se acercan a ella sólo pretenden ¿charlar?. De vez en cuando trabaja por libre, cobra 10 euros por un francés y 20 por un completo (no recuerdo exactamente la palabra que usa) y nunca, pero nunca, besa en la boca.
Eso mismo le soltaba el personaje de Julia Roberts a Richard Gere en Pretty woman y yo que creía que semejante declaración de principios tan sólo formaba parte de un guión cinematográfico made in Hollywood. Dudo de todas formas que esta chica haya visto la película y en todo caso la prostituta que interpretaba Julia Roberts poco o nada tiene que ver con la realidad, imagino, aunque la realidad se situe en Sunset Boulevard.
Supongo que en la película todo esto tenía su lado moralizante, presuntamente romántico y efectista. La chica besa al chico cuando se enamora de él y a mí la película en general y ese detalle en particular me parecía absurdo e irreal (más irreal de lo que suele resultar la ficción hollywoodiense). Y de repente sentada como estaba un viernes noche en el sofá, sola, con los restos de la cena a un lado, cojines y una manta a otro me di cuenta de que en estos momentos yo también me siento (y me comporto) como una puta.
Desde que no estoy enamorada soy incapaz de besar al partenaire de turno en la boca. Al principio no me daba cuenta, simplemente le echaba la culpa al otro, comenzándome a preocupar seriamente por elegir siempre a tipos que apenas supieran besar o lo hicieran tan rematadamente mal. Pronto supe que no sólo se debía a mis malas elecciones al regresar a bocas que en tiempos pasados me gustaban y cuando esquivé rotundamente aquel sabor a tabaco negro y ginebra que ya creía olvidado y que me volvía loca no hace tanto, entendí que algo no funcionaba (y estaba vez era yo).
Con las excusas más peregrinas y absurdas huyo de las bocas que buscan bocas ante la incredulidad. las más de las veces. cómo si fuera tan difícil comprender que los besos, no tanto las caricias, pueden resultar incompatibles con el sexo. Tal vez a partir de ahora y hasta nuevo aviso (que mi corazón vuelva a latir) debiera establecer tarifas al modo de las prostitutas, pero qué quieren que les diga, 10 euros por un francés y 20 por hacer el amor, ésa era la expresión que la chica utilizó, ahora lo recuerdo, lo de completo fue de mi invención, me parecen unas cantidades francamente escasas, así que prefiero seguir follando cuando y como me apetezca, es decir esquivando y negando besos, y como de momento nadie nos ha dejado claro a dónde van los besos que no damos, que guardamos (creo que así lo cantaba el ínclito Victor Manuel) yo los iré guardando. Tal vez para hacer uso de ellos en el futuro o para acabar vendiéndolos en el rastro, parece que muchos andan inmersos en tiempos de escasez.
Advertidos quedan, y no es tan mala excusa. Te besaría... pero acabo de lavarme el pelo.