miércoles, noviembre 09, 2011

De la salud y otros demonios

[Que digo yo que deberían estar prohibidas las páginas éstas de salud y autodiganóstico...]






Hoy ha sido la típica mañana perdida entre la sala de espera del médico y las respectivas colas que tuve que seguir. No me gusta conocer las enfermades ajenas. Que la señora a mi lado sentada me enumere todos sus males. La tensión alta, el colesterol, el sintrón... nunca fallan pese a sus buenos deseos y su "que te mejores, guapina", como si yo igualmente hubiese hilado mi historial clínico a lo largo de esos no menos veinte minutos de espera.

Pese a todo hoy eché de menos ese tipo de conversación. Aunque la espera no fuese especialmente larga de poder haber elegido me hubiese quedado con el monólogo sobre lo cara que se está poniendo la vida, la artritis, cualquier tiempo pasado fue mejor, los nietos o la pérfida nuera; y no tener que aguantar a mi vera, a ambos lados, a dos post-adolescentes con la música de sus respectivos teléfonos móviles a todo volumen. Otros dos hombres, en la veintena avanzada, en estado semicatatónico sin despegar la vista de sus pantallas y los pulgares de sus teclados. Sin olvidarme de la vocingleras de turno que considera que sus conversaciones y circunstancias vitales vía telefónica interesan a todos.

No. definitivamente no me gusta ir al médico. Yo casi nunca estoy enferma. Nunca me duele nada, o casi nada. Rara vez me quejo (de vez en mes suele haber una excepción). En mi casa no hay aspirinas, ni paracetamol, ni un armario ad hoc destinado a botiquín. Nunca he estado, que yo recuerde, de baja laboral en mi vida. Nunca me he roto un hueso, portado una escayola o sufrido un esguince. Nunca me duele la cabeza... pese a mis trastornos crónicos que hacen que de cuando en cuando tenga que hacerme análisis, recoger la receta de turno y sentarme frente a mi médico de cabecera que siempre espera que me queje de algo como si tuviera que justificar o excusar mi visita y decir que se me ha acabado el Eutirox no resultara suficiente.

Siento cierto pudor en esas ocasiones. Y qué absurdo, que al fin y al cabo el médico realmente está para eso, para contarle lo que va mal, lo que intuyes que no funciona. Pero es que a mí siempre me pasan cosas raras, aunque imagino que en un ambulatorio hace tiempo que no se asustan con nada. Y cuando por fin me lanzo y digo que a lo mejor, que si no sé si debería preocuparme, que si esto o lo otro; la respuesta inevitable (y afortunadamente) es la misma. Haremos unos análisis, pero no te preocupes, no es habitual, no es peligroso, vamos a dejar que pase un poco de tiempo. No tiene ninguna importancia... 

Y salgo de la consulta aliviada, como si me hubiese quitado un peso de encima. Pero luego comienzo a recorrer los 25 minutos a pie que separan el ambulatorio de barrio con mi centro de trabajo y pienso que no puede ser normal que a mí nunca me pase nada y cuando me pasa en realidad tampoco me pasa nada. Llego a la oficina y me siento delante del ordenador, lo enciendo, abro el navegador, me coloco en google... y ya se imaginan... qué esquiva se vuelve a veces la ¿suerte?



P.D.Maureen O'Sullivan y Franchot Tone en "Between two women".

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