miércoles, noviembre 24, 2010

Te dije que iba a ser el mejor de los otoños, ¿verdad?




Cuando se publique esto, esta tarde, yo estaré, no sé, acabando de dar explicaciones, imagino, por enésima vez en mi vida, por cuarta o quinta vez en los últimos siete días; por novena vez en el último mes. Y me repito y me reitero y parafraseo a mí misma, citándome y rescatando frases del pasado que de tan repetidas he acabado por saberme de memoria, y convirtiendo lo que debería ser en todo caso una conversación, un quid pro quo, en un monólogo mil veces repetido, y no por eso menos cierto, o menos veraz o más impostado y fingido. Que si de algo nunca he podido o sabido o querido escaparme es de mí misma, y para lo bueno o lo malo, eso nunca me ha resultado suficiente, ni he aprendido a conformarme.

Y bueno, qué más da, que no voy a programar la edición de esto... y es que es curioso, y últimamente he repetido montones de veces esto de que es curioso (antes todo era raro, ahora todo es curioso), pero a veces tengo cierta vergüenza, siento cierto pudor sobre lo que aquí escribo, aunque las más no haya lugar ni sentido para ello, que nadie o casi nadie sabe de qué o de quién hablo, y aún así me muerdo la lengua,  for if the flies, en sentido figurado, que de lo contrario dolería mucho, más, si cabe; o pienso justo lo contrario, que de perdidos al río y por eso escribo compulsivamente y jamás releo y no contesto a los comentarios porque sería como hacer justo eso que evito. Así que escribo, y de nuevo en sentido figurado, cierro los ojos, you know, y no quiero estar presente frente en la pantalla al hacer click en publicar, como si fuera Pilatos y me lavara las manos y yo no he sido, yo no estaba presente.



Cambiando de tercio, aunque no tanto, en cierto sentido o más bien en ninguno, y aunque no venga a cuento de nada, cómo me gustan las expresiones taurinas, siempre tan acertadas, aunque no me gusten los toros porque me gustan los toros... Me ha venido bien contar, por primera vez, lo que tal vez pensé que nunca contaría, porque, quién iba a entenderme, quién iba a aceptarlo como algo normal, aunque fíjeseustedquétontería, para el valor que le doy yo a lo normal, ni modo, que presumo de ser la chica rara, y no porque yo lo crea firmemente, sino porque fueron otros los que me colgaron la etiqueta y yo, con la pereza que me da eso del envasado y clasificación, decidí aceptarla sin rechistar, sin molestarme a cambiarla, para qué, que al final ser la chica rara viene a ser tan bueno como ser la triste y solitaria o la amarga victimista, o todo junto a la vez o nada de ello a un tiempo, ¿verdad?










1 perdidos en el laberinto:

El Buscador de Miradas dijo...

Me he quedado pensando en lo de escaparse de uno mismo. No estaría mal poder hacerlo de vez en cuando, incluso por unas horas ser capaces de adueñarse del cuerpo de otros. Que alguien investigue sobre el asunto, por favor.

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