sábado, marzo 21, 2009

Encadenados



Cuando leía a un desconocido Óscar invocando la lluvia y rememorando a su primer amor no pude evitar caer en la autoarqueología sentimental y tratar de recordar quién fue el mío. Supongo que uno suele tener claro ese tipo de cuestiones, hay quien dice que no se olvida el primer amor, el primer beso y sin duda la primera vez. Pues bien, o sufro de alzheimer galopante (no me gusta bromear con tragedias ajenas) o amnesia irreversible y autoprovocada o simplemente memoria selectiva porque a duras penas puedo evocar semejantes recuerdos.

Es obvio que una olvide la primera vez. No hubo violines por Paganini, sino Sabina; ni velas, sustituidas por el humo de la hierba; ni caricias, no había tiempo con las prisas. Sólo el asiento trasero de un coche, el del mejor amigo del chico al que supuestamente estaba predestinada. Fui precoz en traiciones, aunque ya estaba en la universidad y por tanto no lo fui tanto en el otro asunto. El colegio de uniforme primero y la residencia estudiantil de monjas después, hicieron muy bien su trabajo de represiones varias. Tiempo antes habría recibido el primer beso, supongo. De labios de alguien que no consigo recordar, desdibujada su cara por el paso de los años. Tal vez fuera un tal Oliver, recuerdo su voz, aquel inexpugnable acento de Sttugart. Pero queda bastante lejos de poder serle otorgado el calificativo de primer amor. Y en todo caso aunque si fue el primero no fue la primera, juegos de niñas queriendo hacerse adultas. Descarto a la ONG con patas en la que se ha convertido veinte años después (quién nos ha visto y quién nos ve cruzándonos por la calle y fingiendo no reconocernos) con la que tan sólo paseé de la mano por los Jardines de Luxemburgo y a aquél melenudo con aspiraciones de rock irredento aunque no se apeara de sus Levi's y su Lacoste que acabó de ingeniero en Dubai y que ante la duda eligió y no a mí precisamente.

En fin, qué se puede esperar de alguien que ni tan siquiera recuerda a su primer amor. Para que luego algunos traten de comprender por qué soy tan rarita.

2 perdidos en el laberinto:

Nebroa dijo...

No es raro, no es tan extraño no recordar... Aquí la que te escribe le echa siempre la culpa de la memoria de pez a lo del autobús que me besó en el paso de peatones, pero lo cierto es que hay mil cosas que no recuerdo y lo del transporte público poco tiene que ver! Así que bienvenida de nuevo al mundo parecido en el que ambas habitamos!

Oscar dijo...

¡Que post-azo!. Aunque rarita como dices, a mi me sigues teniendo loco, "en las rarezas están las virtudes" me han contado siempre. Y es verdad.

O he entendido mal o nos cuentas asi como de refilón que tu primera vez fue en un coche y a traición, regalando tus encantos al mejor amigo de tu principal seguidor. Por favor, pido una versión extendida. :)

Es distinto no recordar que no querer acordarse. Yo nunca he querido acordarme de mi primera vez, por ramplona y sinsal, a ti debe pasarte lo mismo con el beso, si no es así me pareces fatal...

Muas.



P.d. Que ganas te tengo a veces.

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