Recuerdo estas palabras de Ray Loriga, de 'Tokio ya no nos quiere': "Los días son a veces tan tristes que sencillamente no merecen la pena. No merece la pena correr, ni esperar, ni vigilar. Días tan tristes que no merecen ni un esfuerzo, ni el más pequeño movimiento. Los días así hay que dejarlos correr, como los trenes nocturnos..."
Siempre me gustó Ray Loriga. Siempre pensé que era guapo. Y me gustaba más por guapo que por escritor.
Siempre bromeo y digo que la semana que explicaron esa lección vital en el colegio yo debía de estar en la cama con escarlatina; y que por tanto, falta de tan básica educación, no pude o no quise (o no supe) desarrollar la habilidad o capacidad de decir sin querer decir, de callar queriendo hablar, de hablar por no callar o de contar lo que se intuye el otro quiere escuchar.
Desde bien chica me gané, probablemente bien ganada, la fama de soberbia, de ingrata, de desagradecida, de sobrada, de antipática... por decir cuando lo conveniente era callar, por no ser amiga de mis amigos si la ocasión no lo merecía; por exigir explicaciones y respuestas cuando yo en ese lugar las daría; por no conformarme con las palabras si yo quería hechos, si yo quería y exigía la verdad por amarga que fuera, la misma que estaba dispuesta a ofrecer. Que vale mil veces más un golpe certero al corazón que una programada agonía.
Sal siempre me decía (y me dice), ayer me lo repetía, que ése es el camino que conduce al abismo. Que a nadie le importa la verdad o las certezas. Que uno quiere escuchar lo que quiere escuchar (y punto). Que desde que el mundo es mundo y el hombre es hombre, se ha dado un juego de reglas tácitas no escritas aceptadas por todos excepto por mí. Empeñada en cambiar las normas, en jugar a mi modo por mi cuenta y riesgo. Condenada siempre y sin remedio a perder.
Me pone ejemplos. ¿Te acuerdas del de la teoría de los conjuntos?... ¿Cuál de ellos?... Aquél, bueno, no importa, se repite el mismo patrón, pero sí, aquél, el que se fue buscando su espacio. Otro, y son legión, abonado a la teoría del "no eres tú, soy yo"; pero que se fue sin desaparecer del todo dejando una puerta abierta. Todos lo hacen. Que aparecía de cuando en cuando asomando la patita por debajo de la puerta para decir que seguía on the road. buscando su lugar. Como si a mí me importase, como si fuese necesario. Cuando lo único que hubiese estado de recibo era haberse despedido, haber dicho que se iba y no pensado volver.
No, así no, reniega Sal; aunque sabe que no va a convencerme. ¿Cómo es esa frase tuya?... Todo un clásico, "no te digo hasta luego porque no pienso volver a verte". ¿Cómo te crees que se siente el romano que escucha eso mientras le lanzas un beso al aire y cierras la puerta del ascensor?... ¿Acaso tiene que importarme cómo se sienta? ¿Tengo que preocuparme de los sentimientos de alguien que no sea yo? ¿Tengo que pensar que le estoy haciendo daño o hiriendo o menoscabando? No, ni modo, que en realidad le hago el favorcito de ser yo, no él. Le indico el camino de salida, le dejo libre, le hago víctima, que siempre da más juego y le brindo no más de cinco minutos de mal entendido orgullo regalándole una anécdota para contar una noche cualquiera en un bar cualquiera. ¿Sabéis lo que me dijo esa chica tan rara? Y alguien dirá que yo ya apuntaba maneras.
¿Me convertía eso en una mala persona? Puede... pero no voy a decir que seremos amigos cuando ambos sabemos que me olvidará una vez cruce esa puerta. No, no tomaremos café de cuando en cuando, ni nos llamaremos por nuestro cumpleaños. No vamos a fingir que nos importa lo que nos suceda a partir de ahora porque bien cierto es que no nos preocupa.
No puedo evitar preguntarme por qué a la gente le cuesta tanto decir la verdad, que tampoco se trata de ser un libro abierto, yo no lo soy y tampoco lo intento; pero decir lo cierto es casi tan o más simple que murmurar una disculpa.
Supongo que por eso me gusta. Porque nunca da explicaciones, ni tampoco las pide. Se tienen simplemente razones o motivos. Y ya sabes, honey, si no te gustan, lo siento, porque no tengo otros. Suele ser fácil estar a su lado porque lo único que pide es honestidad, que tan cara se vende, la misma que él ofrece. Esto es lo que soy, esto es lo que ofrezco, lo que tengo, lo que no está en venta, lo que ves... y lo que no se ve carece de importancia, eso ya sólo es mío, ya no ve la luz. Sí, era y es fácil, no hace falta fingir, ni sonreír sin ganas antes los malos chistes ajenos. Y somos amigos porque nunca nos prometimos que lo seríamos. No, no siempre se necesita prometer y jurar en falso para que ciertas promesas se cumplan; porqué él aceptó y entendió mis ritmos lentos; mi pretendida ingenuidad, un arma como otra cualquiera, una sentencia como otra cualquiera; inequívoca condena al modo espera.
Estoy con C., que tiene muchos menos años que yo y casi tantas ilusiones como sueños. Estamos sentadas en una de esas confiterías con mantelitos blancos que tanto me gustan, cuyo gusto comparte conmigo, y donde la media de edad supera la edad de jubilación. Se nos había antojado comer pancakes con jarabe de arce, que no tortitas con nata y caramelo, que aunque sea lo mismo, no lo es, y no sólo por el sirope y tampoco porque en realidad C. diga panqueques y a mí no me guste la nata (no soporto la leche, ni sus derivados, ni nada que se le parezca en olor, apariencia o gusto aunque poco o nada tenga de producto lácteo; léase la horchata).
Y hablamos de chicos, que no de hombres... aunque es ella la que habla más bien. Y en un determinado momento me pregunta qué es eso de mantener una relación abierta, que lo ha visto en el Facebook o en el Lokalisten, ya no recuerdo. Y a mí estas cosas se me dan mal, pero lo intento pese a todo, y ella me contesta que sí, que ya le parecía, que los adultos somos muy raros.
Y hablamos de libros, de Cornelia Funke y el Capitán Alatriste; y me recuerda que yo les regalé toda la saga, pero que ella aún no los ha leído, piensa que igual no le gusta Reverte, que igual es de chicos, aunque esas distinciones le parezcan absurdas, que la saga Crepúsculo, aunque sea de chicas no va con ella.
Y hablamos de música, de Hannah Montana, aunque ella sea más de Ashley Tisdale y acabamos tarareando el 'Achy breaky heart' del padre de la artista, canción que ella no conoce pero que enseguida entona, y yo le cuento la historia de esa canción, todo un hit hace tantos años que yo probablemente tendría entonces los que ella tiene ahora. Y me pregunta qué música escucho ahora, tantos años después; qué músicos me gustan, así, que sean guapos, y no lo dudo ni un momento cuando me pide que le nombre a tres, aunque los tres a ella le parezcan unos viejunos: Bruce, Jorge y Andrés, que sobran las presentaciones. Y me dice que esos no valen, que no son guapos... y yo le digo que no es cierto y que no, que no son cosas de la edad, que yo a los catorce ya estaba enamorada de Bruce... pero ni modo, tengo que buscarme otros, pero que sean guapos de verdad de la buena, y no tan viejos, que yo no lo soy tanto... Pero no tengo otros, porque para mí eso es belleza... Aunque no la convenzo, o no del todo, y piensa que mis gustos son raros, o que no sé apreciar lo bonito, y yo digo que es como el que va repeinado con su raya al lado y sus zapatos relucientes, que las fachadas son sólo eso, fachadas, y no, no caigo en el absurdo tópico de que la belleza está en el interior, que puede ser cierto, o no, quién sabe... pero es que a mí me gustan los hombres así, que puede que no sean guapos, no sé, tal vez... pero a mí me lo parece, y eso, hasta el momento, me resulta suficiente, you know.
Creo recordar... no, creo, no... lo recuerdo a la perfección. Fue en uno de mis fines de semana madrileños. Mañana de sábado de compras con C. en la calle Fuencarral. Estaba apoyada en el escaparate de... bueno, me importa poco hacer publicidad... de Desigual. C. es fan absoluta de esta marca (y de Custo, obvio), a mí no me gusta; poco, nada; o en realidad no me disgusta en otros y me disgusta en mí. Ahora en realidad la moda me la trae al pairo; las modas, los colores, los estilos; acabo siempre poniéndome casi cualquier cosa... pero cuando aún iba de compras, leía el Vogue y hasta me compraba el Cosmopolitan; me apuntaba a todas las tendencias, que no modas, cuando ni siquiera existían las tendencias, y decidí que no me gustaban los estampados igual que no me gustan los cacahuetes, las joyas de oro (amarillo) o los tipos que van de graciosos haciendo un chiste a cada frase pronunciada.
Los estampados (y los cuadros) no son para las chicas tímidas. Y yo, no lo olviden, soy de las tímidas. Tampoco para las chicas altas, y yo estoy por encima de la media. Me costó mucho aceptar, por cierto, que yo nunca sería una de esas chicas pequeñitas, de huesos frágiles, que inspiran ternura y afán de protección, que impulsan a abrazarlas.
Pero estaba yo allí, apoyada, fingiendo mirar el escaparate y debatiendo conmigo misma la oportunidad o no de comprarme una cazadora de cuero de color verde oliva que no necesitaba para nada con un dinero que no me sobraba... Y allí estaba él, en medio de esa situación absurda que tantas veces se da y que yo nunca he acabado de entender, su chica (doy por sentado que eran pareja), comprando compulsivamente y él aguantando estoicamente a a la entrada de la tienda, cargado con las bolsas, haciendo equilibrios entre éstas y su cigarro apurado. Le sonrío casi involuntariamente con gesto de comprensión, tira la colilla y me envía una sonrisa de vuelta, intuyo que a modo de despedida, que regresará al interior de la tienda a decirle a su chica lo bien que le sienta el color morado. Pero no, sigue fuera con las bolsas en la mano, con un vago gesto de acercamiento me ofrece un cigarro y un par de sonrisas de más. Rechazo el ofrecimiento, no fumo, gracias. Y él guarda el tabaco y tampoco fuma, y sonríe de nuevo titubeando, parece que quiere decir, pero no dice... y yo, qué vamos a hacerle, no soy yo de las que liga en las puertas de las tiendas de la calle Fuencarral con desconocidos que me ofrecen cigarros mientras sus novias se prueban ropa con dos tallas de más. Además aparece C. con sus compras y me salva del Averno ofreciéndome unas cañas y presentarme al amigo del primo del hermano mayor de no sé quién, que me va a encantar, que estudió en la Sorbona y es más alto que yo, y obvio, habla francés y no cuenta chistes malos, y le gustan los pistachos y conducir en carreteras sin rumbo. Así que con una media sonrisa nos despedimos y una parte de mí que no controlo le dice "Hasta la próxima. Suerte"...
Y como yo soy de las que olvida hasta mi nombre pero jamás una cara, sentada ayer en una terraza al sol de marzo, creo reconocerle dos mesas más allás tras mis gafas de sol. Han pasado probablemente más de dos años, y la chica que le acompaña no es la misma de aquel entonces. Aunque también sea morena, de uno sesenta, de huesos frágiles y apariencia dulce. Él la mira embobado sin percatarse de nada de lo que ocurre alrededor. Ella viste una falda rosa de estampado de leopardo, los estampados de leopardo tampoco son para las chicas tímidas. Están bebiendo café (yo coca-cola light) en una de esas tazas grandes para el café con leche, no para los cafés solos ni para los cortados. Él acerca la taza a sus labios, la abraza con la mano, la izquierda, y pienso que me gustan los hombres que acarician la taza cuando beben y no puedo evitar darme cuenta de que nunca me he fijado en cómo coges tú la taza del café.
Hace muchas lunas, cuando aún vivía en las tardes de verano, sentados al sol, perdíamos el tiempo de la mejor forma que conocíamos... juntos. Y hablábamos recorriendo las rutas que un no tan lejano dia subidos a una Harley hollaríamos, prometiéndonos inciertas querencias, dibujando los mapas de un futuro que ambos sabíamos no sería en común. La tela de araña que tejíamos no estaba destinada a atraparnos a nosotros.
Decía Carrie "Sex and the city" Bradshaw (y mucho antes que ella lo dije yo) que en el mundo había dos tipos de mujeres, las mujeres de pelo liso, y las mujeres de pelo rizado. Las primeras eran las que acababan por ser felices con tipos como Hubbel (Robert Redford en 'The way we were'-Tal como éramos). Él sólo quería ser feliz y encontrar a alguien que se sentase a su lado a ver 'Friends' y se ríese de los mismos chistes. Y yo, en fin, yo era (soy) una chica de pelo rizado.
Se me ocurrió entonces, a mí, enemiga a muerte de etiquetas y valores, siempre contradiciéndome, una nueva clasificación. Las personas a las que les gusta 'Friends' y quién dice 'Friends' dice 'Seinfeld' o 'Frasier'; y las personas a las que les gustan 'Six feet under', 'Deadwood' o 'The wire'. Por poner unos ejemplos tontos y probablemente no válidos, que en el mundo mundial ha habido y habrá telespectadores que disfruten de todo a la vez. Pero yo no.
No, a mí no. A mí no me gustan las comedias de situación de media hora de duración y con risas enlatadas; por grandioso que fuera el psiquiatra Frasier, corrosivo el humorista Seinfeld o delirante la entrañable Phoebe. Él negaba con la cabeza, diciendo que yo era demasiado inteligente para preferir los culebrones mexicanos, no tanto los venezolanos, tiempo atrás confesé mi vergonzosa adicción en este mismo lugar; a las ilustres divagaciones de Chandler. Pero ni modo, me dejaban fría. Y no sería por no intentarlo, allá donde iba encendía la tele y siempre aparecían Rachel y Ross tirándose los trastos. Tendría que haber una motivación oculta, una traición de mi subconsciente. ¿Por qué yo no era como los demás veinteañeros? ¿Por qué yo no era como los demás pseudointelectuales que se postraban ante Frasier y familia?
Lo intenté, juro que lo intenté. Vaya si lo intenté. Pero siempre se me cruzaba Lorelai Gilmore o me perdía en el ala oeste. Me disperso fácilmente, lo admito y lo intenté, casi tanto como intenté quererle a él. Pero sólo conseguí quererme a mí cuando estaba a su lado. Llegué a admirar a la mujer que yo era cuando él estaba aquí. Más fuerte, más serena, más valiente. Pero eso nunca fue suficiente.
Él me mira muy serio y me dice... ¿por qué eres tan triste?... y a mí sólo se me ocurre pensar que eso ya lo cantaba Enrique Urquijo, y que hay mucha gente que no soporta a Los Secretos (yo tampoco desde su muerte). Aunque esté Quique González, para remediarlo, en parte. Y él vuelve a mirarme, e insiste... como si yo nunca riese, que bueno, sí, río poco (que salen arrugas), pero le sonrío todos los días al espejo.
A lo mejor es sólo un disfraz. El de una chica triste y solitaria (ahora que no está Antonio Vega para disputarme el trono), que prefiere las penas ajenas para no tener que enfrentarse a las propias.
O tal vez por primera vez en mi vida he sido más rápido que ellas...
Iba a hablar de decepciones y desconfianza ajena, amores truncados, amistades vacías y soledad. Pero suena el Nessum dorma de Puccini y una es chica fácil y no solamente de lágrima.
Se me han quitado las ganas, de momento, de poner los puntos sobre las íes. De decir aquí no lo que ni dije/diré frente a frente. Probablemente mejor así, a perro flaco todo son pulgas. Llegar a tiempo con la palabra precisa nunca ha sido lo mío.
Algunos dicen que la esperanza se viste de verde... Creo que me sienta bien ese color.
"Get ready for me love, 'cause I'm a "comer"
I simply gotta march, my heart's a drummer
Don't bring around the cloud to rain on my parade..."
Y es que soy muy mía y a la vez muy del cosmos, muy de las tinajas y de los moldes de galleta, de las vainas y los pomos cromados, de la cola y el carril más lento, de embalsamadores y taxidermistas, del rincón del aburrido; soy muy de los desprendidos de la crítica, fiestas provocadas y tijeretazo en casa, del orden cosas y cosas por vicio. Soy muy de todo esto y de aún más cosas. Sólo espero que alguien me reclame... sería muy violento tener que hacerlo yo misma...
Deja tus paranoias o tus deseos, gritos al aire, diarios, confesiones, declaraciones de amor o de guerra, o simplemente tu firma, tu mensaje, tus besos, saludos o consejo, bromas o entusiasmo, reminiscencias o cañones recortados, y ya descubriremos si tenemos algo de lo que hablar...
Ser ese pincel aguado por la lluvia que esboza en cada bocanada una bahía, dos volcanes y diez maneras de decir lo que deseas. Una bandada de gaviotas. La ginebra. Las noches sin futuro. Una colección de lunas llenas. Las verbenas de barrio. Una tormenta sobre el azul inmenso del océano. Arrastrando la cobija. Tristezas a la carta por alegrías. Billie Holliday rasgando la noche. Una visita imprevista y deslenguada. Los calvos que se quitan el sombrero. Las noches "nuremberianas" al calor del Eulenspiegel repletas de ron, humo y conversaciones. Aquella voz, aquel acento."Mis" poetas: Á. González, Huidobro o Cernuda. La lluvia que parió charcos y barro. Viajar en tranvía. Volar cometas. Un par de botas sucias. El canto del urogallo. Alain Delon en "Rocco y sus hermanos". Caminar sobre hojas secas. Las tímidas que salen respondonas. Aviones que despegan. Las rosas amarillas, los lirios, las violetas. Las raras excepciones. ARJONA (con mayúsculas). Medianoche en una estación de tren. La honestidad brutal de Calamaro. Una tormenta sobre el azul inmenso del océano. Aquella buhardilla en la Peissenbergstr. Silvana Mangano en "Arroz amargo". Pisar charcos. El 14 (y la lluvia) de abril. Mi chupa de cuero. La Coca-Cola (nadie es perfecto). Besos con risas. Silvio y Ojalá como coartada. Lengua con besos. El castellano de Umbral. Esencia de playa y sal de un lugar donde habitaban las gaviotas. Pisar charcos. Un vestido y un amor. Salitre 48. EL hombre del piano. Luka, el niño del 2º piso. Compay y Celia, el son y la salsa de luto. La primera mirada por la ventana al despertarse. Las noches que sonríen en forma de luna. Estoy Bartok de todo. El olor a tiempo desgastado. Simon & Garfunkel. Waits & Cohen. Los trenes que viajan hacia el este. Rosas a Rosalía. En Lisboa, sobre lo mar. El cambio de estaciones. Dylan y su hijo Jakob. Un amanecer en la playa del Silencio. El piano ha estado bebiendo. Puentes que se cruzan en ambos sentidos. El Urriellu. Una Delirium Tremens. Las carreteras secundarias. Un otoño de párpados caídos. Los domingos al sol en el Englischer Garten. Camarón sin camisa. Frambuesas en la tarta. Las sesiones de madrugada. Las montañas mágicas de esta tierra que plantó mi corazón recibiendo el regalo de la lluvia. Chavela por Jose Alfredo. Los labios que aprovechan los rincones más olvidados, más olvidables. Veloso y su fina estampa. El miedo, el futuro incierto, el camino, la búsqueda. Je vous ai apporté des bonbons parce que les fleurs c'est périssable. Los que pudieron ser y no han querido... Dream, baby dream.