viernes, diciembre 03, 2010

A veces creo que me lo merezco. Otras en cambio creo que son los demás los que no se lo merecen...




Ya sabemos que diciembre es el mes de los reencuentros, de las vueltas a casa y las celebraciones varias con gente que ves un par de veces al año como mucho. En agosto, si este mes te pilla en la ciudad, y ahora, siempre en torno a una mesa de celebración anual. Y yo, como buena asocial, tiendo a huir en dirección contraria, pese a que no siempre lo consiga, y pese a que las Navidades me gusten o me sigan gustando. Más por el rollo retiro espiritual y familiar que para mí siempre conllevan, que por la celebración en sí. De hecho ya tengo, aunque con un poco de retraso, mi corona de adviento casi lista.

Pero ahora lo que toca es ver a gente de la que has olvidado los motivos por los que dejaste de verla, y cuadrar agendas, y planchar el vestido y la mejor de tus sonrisas para aguantar estoicamente la batería de preguntas que se te vendrán encima.

De este modo, hace un par de días, en la media hora del café, que se convirtió en una hora, el reencuentro bien lo merecía y ante un chocolate bien caliente (el mío) y cinco tazas de café, hablamos de niños (los suyos), de oposiciones, del auto del juez Chaves, de traslados, de mi compañero A. que cada día que pasa se esfuerza más por resultar simpático consiguiendo justo el efecto contrario, de elecciones, celebraciones de Nochevieja y Reyes Magos que vienen del lejano Oriente.

Y cuando ya nos levantamos y nos dirigimos a la puerta, en un aparte, mientras el resto camina ya en dirección a la calle, me pregunta qué tal estoy. Y evidentemente yo estoy bien, siempre estoy bien. Pero esa respuesta no la da por válida, que eso se sobreentiende, que ya se ve, pero que ella se refiere a qué tal estoy de amores, que lo demás no cuenta, ni importa, que carece de importancia. Y no sé qué contestar, porque no puedo decir que esté bien, no tengo amor en mi vida, no al menos en el sentido en el que ella lo pregunta. Pero tampoco estoy mal, supongo, que la ausencia de éste tampoco supone el abismo, aunque se echen de menos muchas cosas e incluso a algunas personas. Así que me encojo de hombros, ni bien ni mal, ya tú sabes, a verlas venir. Y ella asiente y poniéndose seria me dice que tal vez ha llegado el momento de que deje de correr, de huir siempre hacia delante... Y yo la corto antes de que siga, que conozco el discurso, que lo he repetido cientos de veces, que nunca aprendí a conjugar el verbo "conformar".

Más tarde, mucho más tarde, y ya en casa, suena el teléfono. Es Blancanieves con dos noticias. La primera un cambio en la fecha de la cena prevista de reencuentro trianual, la segunda el motivo del cambio. Una de esas noticias que te dejan muda y que una vez más te dan la medida de la realidad. Y hablamos de todo un poco y de nuevo tras preguntarme qué tal estoy y como tampoco le satisface mi respuesta, incide en lo de siempre, qué fue de aquél, y de ese otro, y del anterior y del penúltimo... para acabar una vez más diciendo que al fin y al cabo siempre le tendré a él esperándome. Pero la corrijo, no, hace mucho que dejó de esperarme, y aunque lo estuviese o siguiese haciéndolo, estaría perdiendo el tiempo. Nadie espera a nadie más de dos años... O no, porque ahora que lo pienso, puede que yo lleve diecisiete años esperando a alguien y me he acostumbrado tanto, que cuando me lo cruzo, cambio de acera, para poder seguir esperando.







P.D. Vittorio Gassman

4 perdidos en el laberinto:

James Heaton dijo...

È vero. Hago números y me doy cuenta de que, de algún modo, yo llevo ya 16.

Anónimo dijo...

Te buscaré esta noche en el concierto de Loquillo para no tener que seguir esperando.

PazzaP dijo...

Que mereces, ¿qué?
Que no merecen, ¿qué?

El Buscador de Miradas dijo...

Y probablemente otras sea justo lo contrario, me refiero a lo de merecer, o mejor dicho, a creer que se merezca, que todo es subjetivo.

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