miércoles, mayo 14, 2008

El joven Marías


"Nuestra labor no solamente es pueril, sino absurda, una especie de trampantojo, un embeleco, una ilusión, una entelequia y una pompa de jabón. En el fondo está destinada al fracaso y además es imposible"


Javier Marías (Fragmento de su discurso de ingreso a la Real Academia Española - Sobre la dificultad de contar)


Una de mis muchas manías, cada día descubro una nueva, es encender la radio en cuanto me subo al coche. Por las mañanas y camino del trabajo soy adicta a la COPE y a la mala baba del señor Jiménez Losantos. No tengo claros los motivos, tal vez masoquismo o descubrir cómo piensa el "enemigo", o simplemente vacunarme contra las sandeces que tendré que escuchar a lo largo de la mañana, seguro que nada de lo que puedan llegar a decir mi jefe, los jefecillos de medio pelo y colegas varios podrá mejorar (o empeorar, según se mire) lo escuchado en la radio. Confesaré que en determinados momentos acabo haciendo zapping radiofónico y me paso a escuchar al otro, es decir, al Francino. Qué portento de hombre. Ése y David Cantero, presentador de no sé cuál edición de telediario en La primera serían el tipo de hombre por el que alguien me preguntaba, pregunta a la que por cierto, para no variar, no me digné a contestar.

Fiel a mi manía y tras quedarme sola esta tarde después de vaciarme de pasajeros encendí la radio y me encontré con la cadena SER y la voz de Gemma Nierga anunciando una entrevista en breves momentos, tras la publicidad, con el recién nombrado académico Javier Marías. Ya convenientemente aparcada y dispuesta a salir del coche comienza la entrevista y yo me quedo paralizada escuchando la hinóptica y exquisita voz del joven Marías (cortesía del profesor Rico). Con lo que he leído yo a este hombre, todas sus novelas, libros de relatos, recopilaciones de artículos, divagaciones varias, hasta su blog... y nunca había escuchado su voz. La única vez que estuve en su presencia, o él en la mía, y desde entonces ha llovido mucho, fue en una sala de conferencias con más de cincuenta personas por el medio entorpeciendo la visión y una intérprete que opacaba su voz. Al tiempo de conseguir acercarse a él "Corazón tan blanco" en mano, por aquel entonces su novela más reciente, ya había desaparecido por los pasillos del Cervantes hacia la niebla de la calle Leopold.

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