Hoy va a ser un gran día, o debería serlo o tendría que... Y conjugo el futuro porque hasta que no sean las 15:15 y salga por la puerta de la oficina mi día no comienza. Este viernes que tiene motivos, algunos, aunque en realidad sean accesorios, en el que se conjuga ser día 17 del mes 6 con otro seis, batiendo mi propio record y un salto mortal hacia delante; aunque como alguien me dijo esta madrugada, la segunda mitad suele ser mejor... Veremos, incluso a lo mejor me entran ganas de contarlo.
Supongo que a todos en determinados momentos nos gusta que nos den la razón. Todos en mayor o menor medida encajamos las críticas, las opiniones ajenas y contrarias a las nuestras y los desaires.
Entiendo que pese a mi nula capacidad empática me llevo bien con lo opuesto. En ocasiones la indiferencia es un arma, pero a ratos, igual que nos gusta mirarnos en el espejo y que éste nos devuelva un guiño, necesitamos que nos refrenden. O tal vez no es necesidad, sino capricho, pero poco importa. Que si dice que su opinión no cuenta, la de él; porque a él le cae bien todo el mundo, porque tiene la capacidad de ver el lado bueno de todo y de todos... pues qué quieres que te diga, que yo acepto esa opinión, la suya, tal vez en exceso ingenua y benevolente. Y lo dice alguien, yo, a quien el 99,9% de la población mundial le parece fea, atrofiada y cero interesante. Así que qué bueno que al menos alguien piense en este caso así, pese a que otros no le crean o le tomen en serio.
Ayer nos sentamos los tres. Uno al lado del otro. Enfrente yo. Cuatro botellas de sidra para ellos y una coca-cola para mí. Me sentí rara. Me gustó. Dos partes de mi vida unidas por primera vez. De las más importantes, una desde hace 19 años, la otra no llega apenas a los seis meses.
Es un encanto, dijo...
Habrá que repetir... y que Don Julio hable por él.
Debo confesar que recibí con bastante indiferencia la notica de la muerte de Jorge Semprún esta mañana. Mi único comentario debió de aludir a su edad, que al fin y al cabo era un hombre ya de venerable edad. Supongo que los menos le recordarán como ministro de Cultura, otros como escritor y alguno hasta se despidió de Federico Sánchez. En todo caso hubo un tiempo en el que me sentí fascinada por la figura de este hombre. En realidad fue un tiempo de fácil fascinación y cualquier persona que hablase al menos dos idiomas y hubiese cruzado alguna frontera producía ese efecto en mí.
No consigo recordar cómo llegué a él o cuál fue el primero de sus libros en caer en mis manos. Sí recuerdo haber leído "Federico Sánchez se despide de ustedes", un ejemplar en español sustraído de la biblioteca municipal de Nürnberg y pasar más de tres tardes sobre el cesped de la Wöhrder Wiese en una incipiente primavera. Fueron buenos tiempos aquellos, tenía que haberlos recordado esta mañana al leer la noticia en la edición digital de un periódico que no recuerdo. Pero esta mañana estaba demasiado ocupada en desenredar telarañas en mi mente. En despejarme y alejar los sueños de una noche pasada en vela tratando de alejar la tristeza, que por una vez no era mía. Aunque ya sabemos todos lo puñetera que es ésta, y el afán de protagonismo y de contagio que tiene, que todo lo que toca...
Nunca he sido de tener un número favorito. No creo en la suerte, ni en supersticiones varias. En realidad no tengo nada favorito, ni un color, ni un lugar, ni siquiera una bebida aunque yo sólo le de al gin-tonic, y aunque sí tenga una tónica favorita, no una ginebra. No tengo una comida favorita, aunque me gusten el arroz y los tacos cochinita por encima de todo. Me decanto hacia la izquierda pese a ser diestra y me gustan las gabardinas y las chaquetas de cuero... Pero siempre me ha gustado el número trece, tal vez por decir algunos que trae mala suerte y yo ir a contracorriente, tal vez porque nací un viernes trece, de junio, por cierto; mi cumpleaños a la vuelta de la semana. Y es que de pronto me gusta el 17 combinado con el seis... casi tanto como la Fever Tree con Citadelle y unos tacos de camarón con agua de jamaica.
Siempre supe que no estaba enamorado de mí. Tal vez lo estuviera de otra, alguna mujer inalcanzable que ignorara su presencia o alguna ex copretérita a la que echaba de menos en las tardes de luningo. No sé, tal vez, tan sólo lo supongo, sin certezas ni evidencias, que al fin y al cabo tampoco yo estaba enamorada de él. Nunca le pregunté, nunca me preguntó, coexistíamos simplemente el uno al lado del otro en ratos, noches y madrugadas. Conciertos, cenas y mediodías.
Sé que me quiso, probablemente mucho. O al menos eso decía con relativa frecuencia, incluso cuando estábamos follando él de repente me decía, "te quiero, te quiero mucho"... pese a mis reproches, no se le dice a una mujer que la quieres en esas circunstancias, nunca se lo va a creer. Tampoco antes, obviamente. Pero él me contradecía y decía que simplemente le parecía de una ternura infinita. Yo asentía y como tantas veces callaba. Al fin y al cabo yo también le quería. Aunque aquella primera vez, a pesar de su miedo a que yo saliera huyendo, como si tuviera algún lugar a donde ir más lejos de su abrazo y su mirada infinita, yo me quedara una vez más callada, sin respuesta.
Me hubiera gustado, ahora lo confieso, que hubiera caído en los sentimientos y comportamientos más abyectos. Que sintiera celos de que los hombres me miraran o de que algún intrépido ignorando su presencia a mi lado en "La piel del tripulante" se acercara a mí, que le molestase que sus amigos (algunos) opinaran que tenía un buen polvo y que más allá de códigos masculinos no hubiesen dudado en llevarme a la cama, que tal vez se hubiera pegado por mí en plena calle, que me llamase desesperado de deseo a las tres de la madrugada... no sé, quién sabe si malinterpretaba el amor y creía que sin semejantes muestras éste no era completo.
Y no, no es lo mismo querer que estar enamorado, porque a veces se puede querer como quieres a tu perro Óskar, ese amigo leal que siempre a tu lado sin reproches permanece. Pero qué se yo de amor, y de celos y de ternura... si nunca... bueno, sólo una vez creí querer, y ni siquiera entonces lo supe de cierto.
Y es que soy muy mía y a la vez muy del cosmos, muy de las tinajas y de los moldes de galleta, de las vainas y los pomos cromados, de la cola y el carril más lento, de embalsamadores y taxidermistas, del rincón del aburrido; soy muy de los desprendidos de la crítica, fiestas provocadas y tijeretazo en casa, del orden cosas y cosas por vicio. Soy muy de todo esto y de aún más cosas. Sólo espero que alguien me reclame... sería muy violento tener que hacerlo yo misma...
Deja tus paranoias o tus deseos, gritos al aire, diarios, confesiones, declaraciones de amor o de guerra, o simplemente tu firma, tu mensaje, tus besos, saludos o consejo, bromas o entusiasmo, reminiscencias o cañones recortados, y ya descubriremos si tenemos algo de lo que hablar...
Ser ese pincel aguado por la lluvia que esboza en cada bocanada una bahía, dos volcanes y diez maneras de decir lo que deseas. Una bandada de gaviotas. La ginebra. Las noches sin futuro. Una colección de lunas llenas. Las verbenas de barrio. Una tormenta sobre el azul inmenso del océano. Arrastrando la cobija. Tristezas a la carta por alegrías. Billie Holliday rasgando la noche. Una visita imprevista y deslenguada. Los calvos que se quitan el sombrero. Las noches "nuremberianas" al calor del Eulenspiegel repletas de ron, humo y conversaciones. Aquella voz, aquel acento."Mis" poetas: Á. González, Huidobro o Cernuda. La lluvia que parió charcos y barro. Viajar en tranvía. Volar cometas. Un par de botas sucias. El canto del urogallo. Alain Delon en "Rocco y sus hermanos". Caminar sobre hojas secas. Las tímidas que salen respondonas. Aviones que despegan. Las rosas amarillas, los lirios, las violetas. Las raras excepciones. ARJONA (con mayúsculas). Medianoche en una estación de tren. La honestidad brutal de Calamaro. Una tormenta sobre el azul inmenso del océano. Aquella buhardilla en la Peissenbergstr. Silvana Mangano en "Arroz amargo". Pisar charcos. El 14 (y la lluvia) de abril. Mi chupa de cuero. La Coca-Cola (nadie es perfecto). Besos con risas. Silvio y Ojalá como coartada. Lengua con besos. El castellano de Umbral. Esencia de playa y sal de un lugar donde habitaban las gaviotas. Pisar charcos. Un vestido y un amor. Salitre 48. EL hombre del piano. Luka, el niño del 2º piso. Compay y Celia, el son y la salsa de luto. La primera mirada por la ventana al despertarse. Las noches que sonríen en forma de luna. Estoy Bartok de todo. El olor a tiempo desgastado. Simon & Garfunkel. Waits & Cohen. Los trenes que viajan hacia el este. Rosas a Rosalía. En Lisboa, sobre lo mar. El cambio de estaciones. Dylan y su hijo Jakob. Un amanecer en la playa del Silencio. El piano ha estado bebiendo. Puentes que se cruzan en ambos sentidos. El Urriellu. Una Delirium Tremens. Las carreteras secundarias. Un otoño de párpados caídos. Los domingos al sol en el Englischer Garten. Camarón sin camisa. Frambuesas en la tarta. Las sesiones de madrugada. Las montañas mágicas de esta tierra que plantó mi corazón recibiendo el regalo de la lluvia. Chavela por Jose Alfredo. Los labios que aprovechan los rincones más olvidados, más olvidables. Veloso y su fina estampa. El miedo, el futuro incierto, el camino, la búsqueda. Je vous ai apporté des bonbons parce que les fleurs c'est périssable. Los que pudieron ser y no han querido... Dream, baby dream.