De ratones y hombres (I)
Me “mensajea”, Jens (mi cultamigo), semanas atrás: "¿Hacen unos toros?" Jens es un holandés políglota afincado en España desde hace cierto tiempo, y a veces, me temo, aún se confunde con las palabras. Porque, qué quiere decir con eso de “hacen unos toros”.
Lo que quería decir, aclaración tras un par de mensajes y una llamada, es si quería ir a los toros. La respuesta es no, y la verdad es que tampoco le imagino a él en la plaza, así se lo hago saber y él me lanza un rollo macabeo que pasa de puntillas por la antropología y acaba en Cayetano Rivera Ordóñez, hijo de los difuntos Paquirri y Carmina "sois unos desahogaos" Ordóñez.
Más tarde me enteraré de ser la única persona a la que ha convencido. Claro está que yo no puedo fallarle y que paga él las entradas en tendido de sombra, que yo no sé qué es, pero que cuestan un riñón. Sólo pongo una condición, en realidad dos. La primera que tiene que invitarme a comer antes y a emborracharme después, que yo sobria no asisto ni a rastras a ese supuesto espectáculo, y la segunda, tras consultar el cartel, que vayamos el domingo 12 de agosto, que torea el ya mencionado Cayetano. Meses atrás le ví en unas fotos que publicó la revista dominical de El País y sólo pude decir: eso es un hombre y yo quiero verle (ir a los toros era mejor alternativa que asaltar la puerta del hotel cual groupie enloquecida, que una no tiene quince años, ni ganas).
Y fuimos a los toros, pero no el domingo, que ya no quedaban entradas. El furor por ver a Cayetano Rivera Ordóñez debía haberse extendido por toda la ciudad y sé que más de una tras gastarse una cantidad ingente de dinero se subió por las paredes cuando supo que no toreaba por estar convaleciente de una cogida y tenía que ser sustituido por otro torero de desconocido nombre.
De la terna de toreros que a nosotros nos tocaron sólo conocía a Finito de Córdoba, y por las revistas del colorín, de los otros dos no recuerdo ni el nombre. Sólo puedo decir que uno de ellos, de los dos que no recuerdo, salió a hombros. Y eso debe querer decir que lo hizo bien. Pero no voy a hablar de toros y mucho menos de toreros, y aunque no me gustan los toros porque me gustan los toros, no negaré que me divertí con el respetable. Había un tipo cerca de nosotros entrado en años y en carnes con un enorme farias en la boca cuyos improperios, insultos y lindezas varias dedicados a Finito, con la venia del tendido, eran antológicos. Como no menos antológica fueron la lluvia de almohadillas, los pitos y los pañuelos blancos; tan blancos como la mini-minifalda de la mujer de Rafi Camino (ex torero y empresario taurino) que nunca debió escuchar a Manolo Escobar cantar eso de “Cuando vayas a los toros no te pongas minifalda”.
Lo que quería decir, aclaración tras un par de mensajes y una llamada, es si quería ir a los toros. La respuesta es no, y la verdad es que tampoco le imagino a él en la plaza, así se lo hago saber y él me lanza un rollo macabeo que pasa de puntillas por la antropología y acaba en Cayetano Rivera Ordóñez, hijo de los difuntos Paquirri y Carmina "sois unos desahogaos" Ordóñez.
Más tarde me enteraré de ser la única persona a la que ha convencido. Claro está que yo no puedo fallarle y que paga él las entradas en tendido de sombra, que yo no sé qué es, pero que cuestan un riñón. Sólo pongo una condición, en realidad dos. La primera que tiene que invitarme a comer antes y a emborracharme después, que yo sobria no asisto ni a rastras a ese supuesto espectáculo, y la segunda, tras consultar el cartel, que vayamos el domingo 12 de agosto, que torea el ya mencionado Cayetano. Meses atrás le ví en unas fotos que publicó la revista dominical de El País y sólo pude decir: eso es un hombre y yo quiero verle (ir a los toros era mejor alternativa que asaltar la puerta del hotel cual groupie enloquecida, que una no tiene quince años, ni ganas).
Y fuimos a los toros, pero no el domingo, que ya no quedaban entradas. El furor por ver a Cayetano Rivera Ordóñez debía haberse extendido por toda la ciudad y sé que más de una tras gastarse una cantidad ingente de dinero se subió por las paredes cuando supo que no toreaba por estar convaleciente de una cogida y tenía que ser sustituido por otro torero de desconocido nombre.
De la terna de toreros que a nosotros nos tocaron sólo conocía a Finito de Córdoba, y por las revistas del colorín, de los otros dos no recuerdo ni el nombre. Sólo puedo decir que uno de ellos, de los dos que no recuerdo, salió a hombros. Y eso debe querer decir que lo hizo bien. Pero no voy a hablar de toros y mucho menos de toreros, y aunque no me gustan los toros porque me gustan los toros, no negaré que me divertí con el respetable. Había un tipo cerca de nosotros entrado en años y en carnes con un enorme farias en la boca cuyos improperios, insultos y lindezas varias dedicados a Finito, con la venia del tendido, eran antológicos. Como no menos antológica fueron la lluvia de almohadillas, los pitos y los pañuelos blancos; tan blancos como la mini-minifalda de la mujer de Rafi Camino (ex torero y empresario taurino) que nunca debió escuchar a Manolo Escobar cantar eso de “Cuando vayas a los toros no te pongas minifalda”.
2 perdidos en el laberinto:
Pasaba por aquí, y hoy que leo, pero no veo, me ha parecido vislumbrar algo así como: Cayetano Rivera que hombre.
Ay nena, y tan hombre, de rechupete que decíamos cuando colegialas.
Es verlo en alguna publicación, y pasa así como un calambrillo por la parte baja del estómago.
Eso sí, Armani lejos de él, que estropicio, nos lo estropeó en un segundo.
(seguiré leyendo con más detenimiento, cuando tenga las posaderas en mi madrileño asiento)
Pues sí Evinchi, que hombre... yo fue verle en aquella revista y elevarlo al altar reservado para los Marlon Brandon en camiseta.
Razón en lo de Armani, que penita pena.
Publicar un comentario