David González
Lo leo en el blog de Suarón y como me parece una magnífica noticia no puedo evitar, ni quiero, sacarla aquí y es que David González ha reeditado su primer poemario, El demonio te coma las orejas, ampliándolo y corrigiéndolo. Una buena oportunidad para descubrirle aquellos que no lo hubiéseis leído.
NOSTALGIA
Mi primera reacción
(cuando al decirle a Mari
hay otro, ¿eh?,
y ella, poniéndose roja,
murmura que sí,
que cómo lo sabes,
que quién te lo dijo,
que cómo te enteraste,
sí, es verdad,
hay otro)
es mandarla directamente
a la puta mierda,
a tomar por el culo por ahí;
en cambio,
lo único que le digo es:
Bueno, tía
(el término tía
significa también
ramera), tranqui,
no pasa nada,
podemos seguir
siendo amigos, ¿no?,
y después
salgo del locutorio,
agachándome al pasar
por debajo de la puerta,
ya sabes,
por lo de los cuernos.
Ya en mi celda,
contemplo
una fotografía de Silvia,
una fotografía
de cuando ella tenía
catorce o quince años
(ahora tiene
dieciséis o diecisiete).
Un primer plano
de su cara sonriente.
Utilizo el cigarro
que estoy fumando
para quemarle los dos ojos.
Luego le tiro de los pendientes
hasta que le arranco
de cuajo las dos orejas.
Inmediatamente le parto
la nariz en dos
y le rompo la boca
y todos los dientes.
Lo que queda de su cara
lo arrojo por la taza del váter
y acto seguido, hago encima
mis necesidades fisiológicas,
mis tres necesidades,
y luego tiro de la cadena.
Más tarde, por la noche, en la cama,
pienso en ella.
La echo mucho de menos.
Ahora que ya no la tengo
es cuando de verdad
la echo de menos.
La foto.
NOSTALGIA
Mi primera reacción
(cuando al decirle a Mari
hay otro, ¿eh?,
y ella, poniéndose roja,
murmura que sí,
que cómo lo sabes,
que quién te lo dijo,
que cómo te enteraste,
sí, es verdad,
hay otro)
es mandarla directamente
a la puta mierda,
a tomar por el culo por ahí;
en cambio,
lo único que le digo es:
Bueno, tía
(el término tía
significa también
ramera), tranqui,
no pasa nada,
podemos seguir
siendo amigos, ¿no?,
y después
salgo del locutorio,
agachándome al pasar
por debajo de la puerta,
ya sabes,
por lo de los cuernos.
Ya en mi celda,
contemplo
una fotografía de Silvia,
una fotografía
de cuando ella tenía
catorce o quince años
(ahora tiene
dieciséis o diecisiete).
Un primer plano
de su cara sonriente.
Utilizo el cigarro
que estoy fumando
para quemarle los dos ojos.
Luego le tiro de los pendientes
hasta que le arranco
de cuajo las dos orejas.
Inmediatamente le parto
la nariz en dos
y le rompo la boca
y todos los dientes.
Lo que queda de su cara
lo arrojo por la taza del váter
y acto seguido, hago encima
mis necesidades fisiológicas,
mis tres necesidades,
y luego tiro de la cadena.
Más tarde, por la noche, en la cama,
pienso en ella.
La echo mucho de menos.
Ahora que ya no la tengo
es cuando de verdad
la echo de menos.
La foto.
1 perdidos en el laberinto:
Gran poeta, sí señor, David González.
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