Le rouge et le noir ne s'epousent-ils-pas?
En estos tiempos en los que hay que conformarse con abrir el Trola (léase el Hola) y encontrarse con el careto de la señá Duquesa (de la casa de Alba de no toda la vida), a su ubicuo funcionario y a su progenie o la autoencumbrada princesa del distrito madrileño de San Blas; una tiene que desintoxicarse con el Paris Match y similares. Qué tiempos aquellos en los que quienes rellenaban sus páginas de colorín eran las casquivanas princesas de Mónaco (antes de dedicarse al circo) y su divina madre; todas las casas reales (venidas a menos) habidas y por haber (Romanov incluidos); la repudiada princesa de ojos tristes y su sustituta; los Windsor, adláteres y agregados; siendo la (cuasi)única aportación patria la de Naty Abascal, que al menos tenía el buen gusto de ir de Oscar de la Renta y la de la filipina de profesión sus labores (la peliteñida Gunilla no cuenta). Así que, cómo no agradecer que de allende los Pirineos nos lleguen cotilleos e infidelidades varias con la marca del glamour por bandera. Y el último protagonista, cómo no podía ser de otra manera, es una de mis debilidades, Bernard-Henry "no sin mi camisa blanca abierta hasta los límites de la decencia" Lévy, de profesión ¿filósofo?; del que obviamente no he leído (ni intención tengo) ninguno de sus libros, lo cual no es óbice para adorarlo. Porque, cómo no adorar a alguien que afirma sin complejos "Je suis un superstar" , extasiado por haber descubierto un nuevo tono de gris para su pelo. Porque Dios habrá muerto, pero su pelo está perfecto (el de Bernard-Henry, se entiende).
Acá referencia fotográfica del susodicho poniendo cara de malo:
Intuyo que muchos de ustedes no saben de qué les hablo (y menos que les importa, imagino). Así que les pongo en antececentes y vamos a lo que importa. Bernard-Henry "no sin mi camisa blanca abierta hasta los límites de la decencia" Lévy está casado en terceras nupcias con la barbie geriátrica, digo actriz francesa (el concepto no es patrimonio de Anita "la fantástica" Obregón) Arielle Dombasle (aunque de francesa tenga lo que yo, puesto que nació en Connecticut); a la que hay que reconocer un pasado profesional decente (Pauline à la plage), pese a sus incursiones en Miami Vice (ya saben, la de Don Johnson, el ex de Melanie Griffith, la hija de Tippi Hedren, la de los pájaros).
Acá la pareja en tiempos suponemos que felices aunque sus caretos (el de ella con sonrisa de dientes-dientes y el de él de perro apaleado )parezcan desdecirlo:
Bernard-Henry "no sin mi camisa blanca abierta hasta los límites de la decencia" Lévy tiene dos hijos de sus dos matrimonios previos al de la barbie geriátrica. Quién interesa, aunque no resulte relevante para esta historia, es su hija Justine (fruto de su primer matrimonio con Isabelle Doutreluigne) y que a su vez contrajo nupcias con Raphaël Enthoven, hijo a su vez de Jean Paul Enthoven, a la sazón uno de los mejores amigos de su padre. A Justine Lévy la presentan siempre como una autora bestselling (a saber qué quiere decir exactamente eso), aunque sea popularmente más conocida, además de por ser hija de su venerado padre, porque su marido la dejó tirada para largarse con Carla Bruni, antes de que ésta se convirtiera en Madame Sarkozy y después de que ésta se liara con Jean Paul Enthoven (primero el padre, después el hijo y en medio Mick Jagger). Aunque ésta sea una vieja historia que seguro conocen, nunca viene mal refrescar la memoria. Pero la infidelidad que quiero contar es otra, haciendo acto de presencia la sin par Daphne Guinnes. Y qué quieren que les diga, le alabo el gusto a Bernard-Henry (cómo me gustan estos nombres compuestos franceses tan chic, nada que ver con un Bernardo Enrique o un Manuel Alejandro) porque Daphne Guinness, además de no ser precisamente una jovencita (no debe de ser mucho más joven que la barbie geriátrica) es maravilisosísima (bien diría el añorado Papuchi). ¿Y quién es ella? Se preguntarán ustedes, o no. Pues es una inglesa de ascendentes irlandeses, hija de un barón y heredera de la familia Guinness (la cerveza del mismo nombre); ex de Spyros Niarkos (el hijo de Stavros Niarkos, de los Niarkos de toda la vida; es decir, tres generaciones), y consuegra en su momento de la Paris (Hilton), que tuvo durante un tiempo por novio al Stavros Niarkos de tercera generación.
Acá Daphne Suzanna Diana Joan Guinness que estará igual de remendada que la barbie geriátrica, pero luce mejor:
Es otra de profesión sus labores, aunque entre sus labores se encontrara frecuentar el círculo de amistades de Andy Warhol; y no sé sabe bien si con su dinero (es una heredera de las de verdad) o con el del griego, se ha ido dedicando con el paso de los años a forjarse una maravillisosísima colección de haute couture (de las de verdad). Cuando ustedes se preguntan (si es que lo hacen) quién carajos se pone esos vestidos que se ven las pasarelas de moda... acá la respuesta, Daphne Guinness.
Sólo por haberse calzado los zapatos armadillo de Alexander McQueen tiene todos mis respetos. Por haberse liado con Bernard-Henry y pasearse de su brazo por las calles de Niza con ese bolso, mi envidia:
5 perdidos en el laberinto:
No me extraña que -teniendo que soportar a esas escuálidas madames-algunos se hagan filósofos.
Bonito ensayo, estimada Ministra, sobre el papel couché.
bss
No sabía que usted hubiera nacido cerca de Nantuket, para todo lo demas lea hoy a paul shirley en el pais de hoy, cuanto envidio al señor ese que enseña el ombligo.
Muy marujona la entrada. Lo que viene a confirmar algo que ya sabía, tu vulgaridad.
Discrepo humildemente del anterior comentarista.
Porque incluso para escribir sobre temas frívolos se necesita estilo.
Y Daedalus lo tiene.
A la hora de hablar mal de los demás, nada más simple y vulgar que el tuteo.
No puedo creer que alguien con esa prosa y dialéctica (nótese la ironía) se atreva a juzgar la vulgaridad de nadie.
Al menos ha tenido la decencia de no cometer faltas ortográficas.
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