Del amor y otros demonios
Yo nunca sentí celos, aunque supongo que motivos no me faltaron. El Holandés Errante, que hacía gala de lealtad, que no fidelidad, dos conceptos que mucha gente tiende a separar con afán de justificación, me puso a prueba día tras día durante meses. La dignidad, al menos la mía, tiene plazos.
Pero no estaba celosa de esas otras que pasaban por su cama cuando yo no la ocupaba. Me parecía tal pérdida de tiempo y energía que no estaba dispuesta a sucumbir a ellos. No me importaban sus justificaciones, que yo no le pedía, sus aseveraciones de lealtad, probablemente mal entendida, tú eres la primera pese a todo, ni sus remordimientos de ida y vuelta. Simplemente me gustaba, probablemente demasiado, y cuando estaba conmigo, estaba conmigo, y eso era lo único que contaba.
Siempre he sido consciente de lo que soy, de lo que ofrezco, de lo que se espera de mí y de lo que enseño. Así, cuando aquél circunstancial compañero de viaje se quedaba mirándola, embobado en su swing, yo permanecía impasible. “Es tan lindo mirarla” (y léase con acento uruguayo, que para los no iniciados es igual que el porteño, aunque unos y otros lo nieguen, como si el Mar de la Plata no tuviera dos orillas). Y era cierto, era lindo mirarla, era bella, tremendamente guapa. El resultado del mestizaje de oriente y occidente. Podrían usarse un buen montón de lugares comunes para describir su aspecto físico, contra el que yo obviamente no podía, ni quería competir. Y a mí me daba igual. Que se fijara en una chica más guapa lo encontraba natural.
Mar siempre me decía que el día que finalmente conociera los celos, sufriría tal ataque que me subiría por las paredes que aún me quedan por pintar y me comería las uñas que no me muerdo. Pero yo no sé de celos. Siempre me han parecido banales, estúpidos y una mala pasada de la imaginación que no poseo. Si alguien está contigo y se presupone que voluntariamente te quiere y comparte su espacio y su tiempo, por qué ibas a dudar de sus afectos. Si deja de hacerlo, será igualmente porque voluntariamente deja de sentirlo, independientemente de que se vaya con otra y una no tenga demasiado claro si se va con ella porque ha dejado de quererte o ha dejado de quererte porque se va con ella. En todo caso creo ser más afín a la primera premisa.
El dolor es el mismo, obvio. Como el abandono, la pérdida, la indefensión y las preguntas sin respuesta. Pero es una lucha condenada a la más humillante de las derrotas, la de quedarse queriendo sola. Por qué adelantar esa batalla cuyo único fin es el fracaso. No, ni modo.
Pero no estaba celosa de esas otras que pasaban por su cama cuando yo no la ocupaba. Me parecía tal pérdida de tiempo y energía que no estaba dispuesta a sucumbir a ellos. No me importaban sus justificaciones, que yo no le pedía, sus aseveraciones de lealtad, probablemente mal entendida, tú eres la primera pese a todo, ni sus remordimientos de ida y vuelta. Simplemente me gustaba, probablemente demasiado, y cuando estaba conmigo, estaba conmigo, y eso era lo único que contaba.
Siempre he sido consciente de lo que soy, de lo que ofrezco, de lo que se espera de mí y de lo que enseño. Así, cuando aquél circunstancial compañero de viaje se quedaba mirándola, embobado en su swing, yo permanecía impasible. “Es tan lindo mirarla” (y léase con acento uruguayo, que para los no iniciados es igual que el porteño, aunque unos y otros lo nieguen, como si el Mar de la Plata no tuviera dos orillas). Y era cierto, era lindo mirarla, era bella, tremendamente guapa. El resultado del mestizaje de oriente y occidente. Podrían usarse un buen montón de lugares comunes para describir su aspecto físico, contra el que yo obviamente no podía, ni quería competir. Y a mí me daba igual. Que se fijara en una chica más guapa lo encontraba natural.
Mar siempre me decía que el día que finalmente conociera los celos, sufriría tal ataque que me subiría por las paredes que aún me quedan por pintar y me comería las uñas que no me muerdo. Pero yo no sé de celos. Siempre me han parecido banales, estúpidos y una mala pasada de la imaginación que no poseo. Si alguien está contigo y se presupone que voluntariamente te quiere y comparte su espacio y su tiempo, por qué ibas a dudar de sus afectos. Si deja de hacerlo, será igualmente porque voluntariamente deja de sentirlo, independientemente de que se vaya con otra y una no tenga demasiado claro si se va con ella porque ha dejado de quererte o ha dejado de quererte porque se va con ella. En todo caso creo ser más afín a la primera premisa.
El dolor es el mismo, obvio. Como el abandono, la pérdida, la indefensión y las preguntas sin respuesta. Pero es una lucha condenada a la más humillante de las derrotas, la de quedarse queriendo sola. Por qué adelantar esa batalla cuyo único fin es el fracaso. No, ni modo.
10 perdidos en el laberinto:
Uff...cómo me identifico con esto, me está pasando algo parecido.
Supone casi todo el mundo que tenemos que ponernos celosas y tener una rabieta tremenda...yo no me pongo celosa, ¿para qué? Eso sí, el dolor (y en eso te doy toda la razón), es el mismo. Y duele mucho.
Me encanta tu blog. Muchos besos
Los celos ,forma de exteriorizar el dolor?
Yo prefiero llorar... cuando nadie me ve.
Mejor dar un buen portazo Anónimo.
Fidelidad, lealtad ...
¡La de vueltas que le damos y le dan! El dolor es lo que es, le pongamos los adjetivos que le pongamos y lo unamos a celos, envidia, mentira, pasión ...
Duele, y, cuando duele, mejor reconocerlo.
Me gusta mucho, mucho, como escribes.
Yo nunca he sido celosa, hasta que lo he sido y solo con una persona. Es un sentimiento que odio, que hace que no sea yo misma y no me gusta nada. Lo mejor, ponerle punto y final.
Bienvenida al club de lo evidente
Pd. Suscribo lo de E, como siempre
No suelo sentir celos, y cuando vienen, hago lo posible por ahuyentarlos, por las razones que tan bien has expresado. Se basan en la propia inseguridad, así que me han venido en los momentos en los que me sentía inútil, poca cosa. Por tanto, cada vez que llegan tomo nota, me doy un buen empujón de auto-alabanza a mí misma e inyecto en mi racionalidad la lógica de que no tengo derecho de reclamar a nadie para mí, por mucho que me pese. Aunque suene cruel, la explicación más sensata para mí misma es que en el momento en que consigo poseer a alguien, pierdo el interés, así que mucho mejor no poseerla para poder seguir disfrutando.
Comparto totalmente tus palabras, los celos es un sentimiento que desconozco... pero no creo que el dolor sea el mismo. El celoso sufre muchas veces aún sin motivo.
Me gusta tu blog.
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