(Sin)vergüenzas
Estoy en el trabajo y aún me quedan dos horas y media por delante. Sí, los funcionarios, algunos, trabajamos por las tardes, algunas, por ejemplo las de los lunes. Tengo cosas por hacer, toda una montaña de expedientes a los que hincarles el diente, pero es mi trabajo para toda la semana y tengo que administrarlo con sabiduría a lo largo de ella. En todo caso, prefiero aburrirme ahora y dedicarme por ejemplo a escribir, ya que estoy sola en la oficina, dejando el trabajo por hacer para las mañanas, rodeada de colegas fingiendo, un poco mejor que yo, estar multitareados.
Y qué les cuento... Pues que acabo de comer. Una Coca-cola light y una chocolatina (obviemos la incongruencia), de pie delante de la máquina del café y escuchando las batallas vacacionales en O Grove de una chica a la que no conozco, lo cual no impide que me lo cuente, parece que ella sí sabe quién soy yo. Supongo que mi estómago pedirá socorro a marchas forzadas en breve, pues desde las seis de la mañana sólo he ingerido un yogur de frutas del bosque, creo... la incertidumbre se refiere al contenido del yogur, no eran horas para discernimientos. Hace demasiado calor y a mí el calor me quita el hambre. En fin, que eso es lo de menos, nadie viene aquí a leer que yo me aburro o que combino el chocolate con productos light bajos en calorías, que pierdo el tiempo infamemente en mi trabajo o que no desayuno. En realidad no sé por qué vienen aquí, pero ya que lo hacen se merecen algo más, no digo mejor. Así que tal vez les cuente que hoy he hecho dos cosas horribles.
En primer lugar, aunque no en orden cronológico. Hace escasa media hora y concretamente a punto de cruzar la Avenida de Galicia, después de esperar pacientemente a que el semáforo se pusiera en verde para los peatones; mientras estos, los peatones, cruzaban en rojo, exceptuando a Daeddalus; cual estatua de sal petrificada sintiéndose un poco idiota y con complejo de centroeuropa, fingí no ver a quién vi. Traduciendo, iba yo a cruzar la calle cuando diviso al otro lado a un tipo que se acerca al semáforo esbozando una sonrisa de fingida sorpresa, ya dispuesto a saludar, a plantarme dos besos y a decirme eso de "cuánto tiempo, cómo te va la vida y un montón de bla, bla, bla...". Y qué hago yo, ¿disculparme con la excusa de una prisa que efectivamente me perseguía porque obviamente era la última persona del mundo a la que deseaba encontrarme? Ciertamente exagero, la última no, pero digamos que se encuentra en una posición aventajada en ese heterogéneo grupo de personas, de hombres concretamente, para qué negarlo, que forman parte de mi pasado con tendencia al olvido; envueltos en la nebulosa del si te he visto no me acuerdo y si me acuerdo ya te he olvidado. Pero no, para qué, pudiendo girarme tranquilamente, fingir que no he visto, cuando claramente he visto y en lugar de cruzar, el semáforo puntualmente en verde, seguir calle arriba con la mirada incrédula, ahora la sorpresa ya no es tan fingida, clavada en mis pasos. Lo sé, tengo que hacérmelo mirar.
No es probable que se pregunten qué hacía yo hace media hora bajo un sol de justicia cruzando las calles de Oviedo cuando tendría que estar trabajando. Pero como ahora seguro que ya les corroe la curiosidad, yo se lo cuento. Eso enlaza con la segunda cosa horrible cometida hoy por mí y con la prisa que sentía, aunque ésta no fuera el motivo por que el que evitara a aquél viejo amigo, amante, novio o lo que fuera. Tras salir juntos un par de veces ya quiso pasear conmigo de la mano, aún recuerdo el infausto momento, subiendo por el Rosal y ya casi en Pérez de la Sala, cuando disimuladamente, o eso se creía él, agarró la mía en un ataque de misticismo. Dejó de ser amigo, amante, novio o lo que fuera, de ipsofacto. Yo de la mano sólo llevo a mi sobrina T. que tiene dos años. Que en realidad mi acercamiento a él no fuera sino un puente para alcanzar otro objetivo; que por si les interesa les diré que alcancé, una noche en El Diario Roma, para ser más precisos, a la que siguieron unas cuantas más; no tuvo obviamente nada que ver con tan brusco rompimiento. Ni que años después, tal día como hoy, finja no reconocerle si me lo encuentro en plena calle.
Pero hablaba de mis prisas, y les cuento. Los lunes tengo que trabajar por la tarde, en realidad podría ser cualquier tarde de la semana, pero yo voluntariamente elegí los lunes, para acabar de hacerlos un poco más horribles. A eso de las tres suelo salir a comer algo, sí, lo confieso, yo soy una de esas personas acodadas en cualquier barra de un chigre de barrio comiéndose un pincho de tortilla acompañada de una botella de agua mineral, bueno, a veces cambio la tortilla por unos calamares o de pollo, lo que evidentemente no mejora el escenario. Como es de recibo, cuando salgo, ficho. Es decir, que los 20, como mucho 25 minutos que empleo en estar de pie en la barra obervando al personal mientras como y finjo escuchar lo que me cuentan tratando de averiguar si son todos tan desdichados como yo o sólo lo parecen, bueno, bien, lo admito, me han pillado, también si aquel chico tan mono de la esquina lleva alianza o tiene pinta de que alguien le planche las camisas; no computan como tiempo trabajado. Pues eso, que llevo desde febrero fichando todos los lunes cuando salgo "al pincho" pensando que era lo correcto, y ciertamente lo es, y que evidentemente todo el mundo lo hacía. Pero va a ser que no, que es como los semáforos, que la única que los cruza en verde soy yo. Cuando lo descubrí me horroricé, así va el país, así tenemos la fama que tenemos y un largo etcétera de aspavientos salieron por mi boca. Siempre he sido una ingenua, qué le vamos a hacer, meses sin enterarme, y cuando me entero, sigo cumpliendo religiosamente; igual que espero pacientemente a que el semáforo cambie de color aunque no parezca circular ningún coche y me quede sola en la acera como un náufrago. Bueno, hasta hoy, que no es que esperara el cambio de color, es que directamente no crucé y obviamente tampoco fiché.
Me creerán si les digo que me siento terriblemente culpable, no por comportarme como la idiota inmadura que soy fingiendo no ver a quién vi, sino por ejercer de funcionaria en toda regla saltándome las normas alegremente. He de confesar que esto último trajo como consecuencia una tercera cosa horrible, no tanto como las anteriores, no quiero exagerar... pero les prometí contarles dos, y ya he cumplido.
Si me sigo aburriendo, es probable, y me queda tiempo, como sé que ya lo están deseando, les cuento la tercera más tarde.
6 perdidos en el laberinto:
Vaya, espero que en el improvable caso de que me cruzara contigo en cualquier sitio, (excluyo la embriaguez por cualquiera de las dos partes), no tengas que echar a correr, ocultarte detrás de cualquier semáforo o cualquier otro mobiliario urbano, o fingir que no te acuerdes de mi.(excluyo también la evolución física por cualquiera de las dos partes).
Unas palabras tanpoco hacen tanto daño, no?
Tengo un sentido del ridículo demasiado desarrollado como para asumirlo con estoica entereza.
Alguna vez se me pasó por la cabeza querer ser funcionario, pero sólo por el tiempo libre, descansos, vacaciones, moscosos, huelgas.......etc, pero la empresa privada tiene algunas otras compensaciones, no muchas, pero alguna también tiene.
¿excluyo también la evolución física por cualquiera de las partes????
Bueno, si después de 10 años, no me reconoces porque me he teñido el pelo (¿pelo?), me he operado de la vista y no uso gafas, me creció el perímetro de la barriga 50 cm, y me he puesto suplemento en los zapatos...........
lo más seguro es que ni tu me reconozcas, (y posiblemente ni yo), jejejej
Tanpoco, no. Se escribe Tampoco, jejeje
Aburrete mas y sigue contando. Si tus lunes por la tarde van a ser así....aquí me tendrás leyendo por la noche o los martes....aunque finjas no verme :)
Me he "apropiado" de tu canción para ponerla en ese engendro de blog que relleno de vez en cuando, te importa?
Pues va a ser que no, que no me importa... y en todo caso, no sé quién se ha apropiado de qué. A ti te pega más ;).
Publicar un comentario