Me he perdido

Pintaba bien el concierto. Lleno total, mucha gente guapa de ésa que surge hasta de debajo de las piedras en los días del Festival, mucho pseudointelectual gafaspasta, rockeros redimidos e indies perdidos.
Tocaba antes un tal Pablo Valdes, ganador de un concurso de maquetas de los no sé cuántos principales. Acompañado a la guitarra por Sergio García, que se destapó como todo un virtuoso. Tuvo su mérito su irrupción en el desnudo escenario guitarra en mano y desgranando media docena de canciones. Me gustó, me recordó la desnuda honestidad de un principiante y personal Quique González.
La expectación era máxima cuando por fin las dos estrellas de la noche hicieron su aparición. Tan rubia y tan delgada ella, tan apagado él. Expectación que comenzó a disminuir a pasos agigantados al mismo ritmo que el respetable huía hacia la barra o directamente buscaba la salida y la voz de Nacho Vegas por momentos apenas se hacía audible ahogada entre el ruido de humo y conversaciones y tintineo de hielo y vasos que hubiera hecho las delicias del malogrado Enrique Urquijo mientras en la misma proporción se multiplicaba la capacidad de desentonar de la trigueña (como alguien a mi lado la llamó). Todo ello unido a la natural antipatía de la extraña pareja que en ningún momento se dignó a dirigirse al público.
Curiosamente los mejores momentos al menos en mi no humilde opinión llegaron precisamente con canciones de sus respectivos pasados musicales y no de Verano fatal, su proyecto en común. Grata sorpresa escuchar Días grandes de Teresa, canción que nunca me canso de escuchar. Lo demás, totalmente prescindible.
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