Back in november
Compartíamos mesa y mantel, unas chelas bien
frías, agua de jamaica y tamarindo (no puedo evitar entonar, mientras escribo, aquella coplilla que decía: “Tamarindo, pa' las mujeres que están
deseosas de maridito”, y recuerdo a N. tarareándola en aquellas noches de parranda y
reventón). No recuerdo cuántos éramos, tal vez seis o siete; ni siquiera quién
tenía a mi lado, esquinada, cerca de la puerta y la espalda apoyada en la pared
siempre dispuesta a la huida. Tampoco qué comíamos exactamente, lo supongo en
todo caso; tal vez tacos al pastor, enchiladas de mole, tulancingueñas; los más osados gusanos de
maguey y escamoles, tal vez chapulines, queso de Oaxaca.
Estaba sentado frente a mí monopolizando la
conversación de toda la mesa, seis o siete cabezas giradas hacia él, escuchando
atentamente o tal vez fingiendo un interés que realmente no sentían.
Poco probable en todo caso. Era divertido, inteligente e
ingenioso; el perfecto anfitrión o invitado; el tipo de hombre por el que
todas las mujeres suspiraban, el hombre al que todos sus colegas admiran.
Recuerdo que dejé de comer, el plato aún medio
lleno, o medio vacío, con restos o sobras, el huitlacoche nunca ha sido lo mío.
Empujo el plato ligeramente hacia el centro de la mesa, coloco sobre él los
cubiertos, doy por finalizada mi comida. Él, frente a mí, me pregunta si no voy
a comer más, si he terminado, si no voy a seguir. Afirmo con la cabeza, tal vez
hago alguna broma sobre un futurible postre, crema de cajeta probablemente. Él
en ningún momento ha dejado de hablar pasando de un tema a otro, siempre
brillante, siempre ingenioso, quién sabe si fabulando sobre viajes por Alaska o su vida en Noruega, el Norte
y el Sur. Acerca mi plato, medio lleno aún o medio vacío, y comienza a comer mis restos, lo que yo he despreciado. Si las miradas
matasen o fulminasen, consiguieran que se abriera la tierra bajo los pies, su
vida se hubiera esfumado en ese preciso instante.
No fui consciente de mi gesto que en todo caso duró
apenas unos segundos; ese afán territorial y posesivo, desconocido hasta
entonces en mi persona. Mi plato y su contenido es mío y da igual que yo no lo
quiera, que vaya a ir directo al tacho de la basura; no lo comparto con nadie.
Él se disculpa, yo pensaba, yo creía, tú habías dicho… sí, pensabas, creías
bien, yo había dicho; no importa, puedes seguir comiendo si es de tu gusto, pasada ya mi enajenación mental no tan transitoria mientras comienzan a cantar Los Tigres queriendo brincar la raya.
Recuerdo que esperé por si de veras volvía, y que rumbo a la Rumorosa dejamos todos de esperar, porque el que se va se olvida.
2 perdidos en el laberinto:
Mucho tiempo ausente, aunque el tiempo sea relativo.
Saludos
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