jueves, noviembre 19, 2015

Back in november



Compartíamos mesa y mantel, unas chelas bien frías, agua de jamaica y tamarindo (no puedo evitar entonar, mientras escribo,  aquella coplilla que decía: “Tamarindo, pa' las mujeres que están deseosas de maridito”, y recuerdo a N. tarareándola en aquellas noches de parranda y reventón). No recuerdo cuántos éramos, tal vez seis o siete; ni siquiera quién tenía a mi lado, esquinada, cerca de la puerta y la espalda apoyada en la pared siempre dispuesta a la huida. Tampoco qué comíamos exactamente, lo supongo en todo caso; tal vez tacos al pastor, enchiladas de mole, tulancingueñas  los más osados gusanos de maguey y escamoles, tal vez chapulines, queso de Oaxaca.

Estaba sentado frente a mí monopolizando la conversación de toda la mesa, seis o siete cabezas giradas hacia él, escuchando atentamente o tal vez fingiendo un interés que realmente no sentían. Poco probable en todo caso. Era divertido, inteligente e ingenioso; el perfecto anfitrión o invitado; el tipo de hombre por el que todas las mujeres suspiraban, el hombre al que todos sus colegas admiran.  

Recuerdo que dejé de comer, el plato aún medio lleno, o medio vacío, con restos o sobras, el huitlacoche nunca ha sido lo mío. Empujo el plato ligeramente hacia el centro de la mesa, coloco sobre él los cubiertos, doy por finalizada mi comida. Él, frente a mí, me pregunta si no voy a comer más, si he terminado, si no voy a seguir. Afirmo con la cabeza, tal vez hago alguna broma sobre un futurible postre, crema de cajeta probablemente. Él en ningún momento ha dejado de hablar pasando de un tema a otro, siempre brillante, siempre ingenioso, quién sabe si fabulando sobre viajes por Alaska o su vida en Noruega, el Norte y el Sur. Acerca mi plato, medio lleno aún o medio vacío, y comienza a comer mis restos, lo que yo he despreciado. Si las miradas matasen o fulminasen, consiguieran que se abriera la tierra bajo los pies, su vida se hubiera esfumado en ese preciso instante.
  
No fui consciente de mi gesto que en todo caso duró apenas unos segundos; ese afán territorial y posesivo, desconocido hasta entonces en mi persona. Mi plato y su contenido es mío y da igual que yo no lo quiera, que vaya a ir directo al tacho de la basura; no lo comparto con nadie. Él se disculpa, yo pensaba, yo creía, tú habías dicho… sí, pensabas, creías bien, yo había dicho; no importa, puedes seguir comiendo si es de tu gusto,  pasada ya mi enajenación mental no tan transitoria mientras comienzan a cantar Los Tigres queriendo brincar la raya. 

Recuerdo que esperé por si de veras volvía, y que rumbo a la Rumorosa dejamos todos de esperar, porque el que se va se olvida.

2 perdidos en el laberinto:

Anónimo dijo...

Mucho tiempo ausente, aunque el tiempo sea relativo.
Saludos

Bishop dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
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