domingo, octubre 07, 2007

Useless desire (II)

Yo me alejé
pero llevo en la mano
aquel cielo nativo
con un sol gastado.

Horizonte
de Vicente Huidobro


Viernes, en torno a las ocho de la tarde. Ella y yo perfectamente maquilladas, vestidas y encaramadas en nuestros tacones a la entrada de un centro comercial. ¿Se puede llegar a encontrar una en situación más ridícula (y denigrante) que citarse a la entrada de un centro comercial? La respuesta me temo es un rotundo no. Ya bastante grotesca es una cita a cuatro como para añadirle esa circunstancia, aunque en mi descarga añadiré que la idea obviamente no fue mía, ni siquiera de él, sino de ella, por motivos de cercanía, puntualidad y otros de índole diversa que no vienen al caso.

Que acabáramos en el
Ca Beleño supongo si debió ser idea mía, aunque no lo recuerdo es altamente probable. En las primeras citas me gusta pisar terreno conocido y donde me sienta cómoda al margen de que de alguna manera es una forma de marcar mi territorio. Éste es mi ambiente, ésta es mi gente, ésta es la cerveza que me gusta… si no te convence más vale que te olvides porque lo que ves forma parte de mí.

La conversación la dirigían ellos. Se entendieron desde el primer momento y siempre se cayeron bien. Tú y yo estábamos un poco al margen aunque de cuando en cuando él reclamaba mi atención y ella la tuya, y cuando la conversación pasó a versar sobre conflictos laborales no tuve más remedio que intervenir que de eso yo sé un rato. El único que parecía satisfecho con su trabajo eras tú así que no diste mucho juego pero el resto no dejamos de hablar acerca de la malignidad de nuestros jefes, la inoportunidad de nuestros colegas y la escasez de nuestros sueldos.

Estaba claro que ella ya había hecho el reparto y debería estarle agradecida porque a mí me había tocado el más guapo, porque efectivamente él era el más guapo (y muy guapo) y mucho más simpático y atento y no volvió a llamarme “linda” en toda la noche. Pero a mí no me gustan los guapos, ni los simpáticos, ni los que muestran tan descaradamente su interés no siendo recíproco. De todas formas obviamente ni tú ni yo íbamos a renunciar a los papeles que nos habían asignado, al menos a lo largo de esa noche. En tu caso por lealtad a tu amigo, supe más tarde, en el mío podríamos decirlo así. También influía el hecho de saber perfectamente el porque de la elección de ella. Al fin y al cabo no eras más que un probable desconocido.

Tras un par de cervezas y mucho intercambio de miradas como queriendo decir pero qué carajo hacemos aquí, fuimos a cenar. La elección del restaurante no pudo ser más pésima, lo que enervó aún más mi estado de ánimo. Una parrilla argentina donde sólo servían carne a la brasa.

Una noche que comienza para alguien que apenas prueba la carne citándose a la entrada de un centro comercial, cenando en una parrilla y jugando al dos por dos sólo puede acabar apostando por el uno equivocado.

2 perdidos en el laberinto:

nancicomansi dijo...

Guapos...educados....
Empieza a sospechar...

Un besazo ;D
exquisita música, exquisito texto, como siempre...

Daeddalus dijo...

Gracias... pero me niego a creer lo que decía aquel... todos los hombres estupendos o son gays o están casados...

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